viernes, 5 de noviembre de 2010

Los Patéticos Entremeses de Maese Marcos y Don Simón (2)


Primas - hermanas

En escena una tienda de ultramarinos sencilla, con un mostrador, una muchacha detrás de este, un cartel con el nombre del establecimiento y una puerta a la derecha del mostrador. En el cartel, de latón viejo, se puede leer en letras blancas pintadas con una caligrafía exquisita, casi de diseño: “ALIMENTACIÓN LOS AUSTROHÚNGAROS”. Bajo el cartel hay colgado un ruinoso mapa de Europa, todo sucio y destrozado. Sobre el mostrador hay dos cuencos con frutos secos y varias barras de pan apiladas.

Tras él, PILI o LA HERMOSA MUCHACHA ANDALUZA. Es una chica joven, de unos 20 años, alta y delgada pero voluptuosa. De piel morena y suave y con una media melena negra y lisa que recoge en una pequeña coleta. Lleva un vestido de un verde intenso, pero lo tapa un largo mandil negro. El mandil va muy apretado con un nudo en la cintura, de tal forma que sus pechos se ven realzados. Juguetea con unas almendras que hay en uno de los cuencos, aburrida.

En la puerta que hay junto al mostrador hay un cartel parecido al anterior, pero algo más pequeño, con una caligrafía similar, en el que se puede leer: BODEGAS.

Por la derecha, al fondo, aparecen MAESE MARCOS y DON SIMÓN, todo sucios, sudados y descuidados. MARCOS va delante, dando uno de sus ridículos discursos a SIMÓN, que intenta no hacerle caso para no irritarse aún más.

MAESE: Bueno, bueno, bueno Simoncete, pues yo diría que por las gentes con las que no hemos ido topando y el clima del lugar, debemos de estar en algún lugar de Andalucía.

PILI: (se come rápidamente la almendra, se lava las manos en el mandil y pone su mejor sonrisa) ¡Ozú! No podría haber sio uhté má presiso, caballero. ¿Qué se leh ofrecese?

MAESE: (con los ojos como platos y cierta lascivia en la mirada) Vaya, muy buenas… buenos días señorita. Pues verá, mi compadre Simón y yo acabamos de atracar y estamos algo desorientados.

PILI: ¿De atracá dise? ¿Son uhtede marineroh o argo?

MAESE: En efecto. Somos dos marineros en busca de aventuras. Pero por el camino debimos desorientarnos…

PILI: ¡Ozú! Mal azunto eh ese. ¿Y adónde iban, si se pué sabéh?

MAESE: P-pues…p-p-pues… nosotros…

SIMÓN: (interrumpiendo al MAESE, que está cada vez más nervioso y desorientado) Hace tanto tiempo que partimos que ya ni recordamos hacia donde nos dirigíamos.

PILI: (con una risita tonta) Vaya, vaya, ya veo que zon unoh aventureroh. Para máh señah etán uhtede en Matalasarsa, capital andalusa en ehpaña y el mundo.

SIMÓN: (se acerca lentamente al mostrador y se apoya sobre él con cierto gesto galán) ¡Olé!

Pili se ríe tontamente y hace un gesto como de abanicarse con la mano, a lo que Simón responde con una sonrisa pícara. El Maese se siente incómodo, sigue al fondo de la sala. Da unos pasos hacia adelante y se coloca bruscamente junto a Simón, acabando con el cortejo de su compadre.

MAESE: V-v-veo que tiene una bodega ahí. ¿Qué clase de licores podría ofrecernos? Si no es molestia, claro.

PILI: (algo molesta por la interrupción) No, no ce preocupe. Ahora mihmo baho a la bodega y le cuento, que noh ha llegao un pedido jutho etha mañana y seguro que tenemoh algo interesante. (al decir esto último le guiña el ojo a Simón y se marcha por la puerta de la bodega).

SIMÓN: ¡Ha visto usted, maese! ¡Qué mujer, qué lozana!

MAESE: Bueno, bueno, Simoncete, no hay para tanto. Normalilla… normalucha diría yo.

SIMÓN: ¿No estará usted celoso porque la muchacha haya mostrado cierto interés en mí, verdad?

MAESE: (irritado, intentando disimular de forma exagerada) ¿Celos? Nada más lejos compadre, en todo caso siento lástima por ti. No sabes dónde te metes, compañero.

SIMÓN: Maese, con el debido respeto, creo que sé perfectamente dónde quiero meterme.

MAESE: Hazme caso, Simoncete. ¡Estas mujeres están locas! Te vuelven loco con sus maneras, su piel morena, su gracia al hablar, esos ojos brujos… pero es todo una trampa, compadre. Te embrujan, te engañan y luego te sacan hasta el alma. ¡No ves que son medio gitanas?

Al terminar de pronunciar esta última frase se abre la puerta de la bodega. Pili lleva en la mano tres botellas. Dos las deja en la mesa y la otra la deja bajo el mostrador.

PILI: Mire. Tenemoh un pasharán que noh lo quitan de lah manoh cada veh que lo traemoh, güenísimo, y un fino de Cái, algo máh carillo pero delisioso, para paladareh ehquisitoh, oiga.

SIMÓN: Nos lo llevamos todo. Llevamos mucho tiempo sin beber, perdidos en alta mar, y necesitamos refrescar bien el gaznate, ¿verdad maese? Pero después de tanto tiempo a la deriva… beber solos ahora sería una lástima, ¿no es así maese?

MAESE: B-b-bueno, no tenía pensado dedicar el día de hoy a beber, Simón. Deberíamos recuperarnos y ponernos en marcha.

SIMÓN: ¿y qué prisa hay? Nadie nos espera, señor. Un día de esparcimiento y buen beber podría sentarnos bien.

PILI: (con cierta complicidad) Cin duda, cin duda. Presisamente mi pare rehenta la pención de aquí al lao y en el pizo de abaho tiene un bar muy coqueto.

SIMÓN: ¡Mire usted qué bien! Así yo podría tomarme unas copas con esta amable gente y usted podría tomarse ese descanso que tanto ansía, maese. ¿Qué le parece?

MAESE: No, no. Yo también iré a beber con ustedes, no estoy tan cansado… y no quiero parecer antipático.

PILI: Ay, no ce preocupe. Zi quiere uhté dehcansá nozotro le dihpensamo.

MAESE: Nada, nada, nada, me vendrán bien unos tragos. Hace tiempo que no tomo una buena cerveza.

PILI y SIMÓN se miran algo incómodos, como si contaran con la falta del maese

PILI: Pueh no ce hable máh. Yo ya he terminao el turno, ahora ce viene mi prima, la Hoceli, que se encarga de vigilar ehto po la noche.

Por la izquierda, por el mismo sitio por el que entraron el maese y Simoncete, aparece una mujer ruda, gruesa y alta, de pelo largo, rizado y algo descuidado. En la mano derecha lleva un cubo y una silla y en la izquierda un cuchillo de gran tamaño.

JOSELI: ¡Tol mundo fuera que es mi turno, copón!

PILI: Ozú, Hoceli, que bruhca has sio siempre. Zaluda a ehtos ceñoreh, que son marineroh na menoh.

JOSELI: Marineros, marineros… (susurra) Pos tién más pinta de piratas, que tú te lo crees tó, prima.

PILI: Ay, ¡que no burra! Que zon unoh caballeroh mu amableh que van a pazá la noshe en la posá de mi pare ¿Te viene?

Simón y el maese aún no han salido del asombro de la aparición y las maneras de JOSELI. Simón le hace una reverencia algo forzada, sin dejar de poner cara de susto, y el maese adquiere cierta actitud altiva y chulesca, saludando un poco con la mano, de forma seca y borde

MAESE: Tanto gusto.

SIMÓN: Un placer, señor.... ita.

JOSELI pone cara de repugnancia a Simón, pero parece ciertamente interesada en el maese, al que se acerca para estrecharle la mano, de una forma muy varonil, con mucha fuerza.

JOSELI: Usté paece más de fiar. Yo le dejaría mis ahorros…

MAESE: (totalmente asustado y frotándose la mano de dolor) Vaya, gracias señora.

JOSELI: señorita, señortia.

Mientras tiene lugar esta incómoda situación, Simón se ha acercado lentamente a Pili y la ha agarrado por la cintura. Se miran fijamente. Pili se despega un momento para ir hacia el mostrador y saca de detrás la botella que dejó antes, una gran botella de vino. Se la da a Simón. Joseli y el maese mantienen una absurda conversación sobre dinero y negocios.

MAESE: …y después de eso pretendíamos viajar a Inglaterra, pero nos alcanzó una terrible tormenta y acabamos perdidos en el mar, solos, sin agua y sin comida apenas…

Simón y Pili se comen a besos junto al mostrador. Simón ha subido a Pili al mostrador y la está devorando. Pili no deja de jadear y se desabrocha el mandil, que cae a los pies de Simón. Joseli interrumpe al maese para indicarle lo que está pasando al otro lado de la habitación. El maese está rojo de rabia. Coge de la mano a Joseli y comienza a gritar.

MAESE: ¡Bueno Joseli! ¡Qué buen rato estamos pasando! ¡Ja ja ja! ¡Mejor vamos a un sitio más tranquilo!

JOSELI: ¿Qué te ha dao, muchacho?

El maese vuelve a coger a Joseli de la mano, haciéndole gestos para que se calle y se marchan dando un portazo, que hace que Simón y Pili se sobresalten.

SIMÓN: ¡Qué demonios?

PILI: Déhaleh, déhaleh. (sigue jadeando) No te pareh, ¡simonsete!

SIMÓN: eso si que no, no se te ocurra llamarme eso eh.

PILI: ay, perdona shiquillo.

Simón respira hondo un par de veces, como lleno de rabia. Vuelve a mirar a Pili, que se ha bajado los tirantes del vestido mientras este no miraba, y le está mostrando sus hermosos pechos. Simón se ha quedado sin respiración. Pili coge la botella del mostrador y derrama sobre sus senos un poco de vino. Simón comienza a sorberlo mientras Pili vuelve a gemir con locura, pero rápidamente vuelve a cubrirse y se levanta.

PILI: Shiquillo, vamonó a la posada, que aquí puede entrar cualquiera y vernoh en plena verbena.

SIMÓN: conforme. Tira, ¡guapa! ¡salá!

Pili sale corriendo delante de Simón, que le sigue pellizcándole el trasero y levantándole la falda del vestido, mientras esta se ríe tontamente. Salen por la puerta a toda prisa.

(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

  1. Los "patéticos entremeses..." es un formato de erotismo medio-bajo, pero trabajaremos en ello!

    ResponderEliminar