miércoles, 10 de noviembre de 2010

De regia moral...

El aposento estaba rebosante de agua que, mezclada con los líquidos que segregaba su vulva, daban al lugar cierta apariencia escatológica. En realidad, aquel retrete no proporcionaba mayor comodidad que uno de esos bancos del convento en el que había estado confinada durante varios años, pero, lo que realmente hacía diferente el sitio eran los acompañantes que, cada 15 minutos, entraban a aquel aseo de la Estación de Atocha en busca de un placer que sus esposas, en caso de que tuvieran, jamás podrían haberles proporcionado.
Ella había llegado allí por una sola razón: la excitación que sentía cada vez que, situada en la fila de acceso al aseo de mujeres, veía cómo entraban todos esos hombres e imaginaba sus miembros colocados uno tras otro expulsando un líquido que, si ellos hubiesen querido, ella habría tragado sin contemplaciones.
Un buen día, a primera hora de la mañana, y tras un largo viaje de autobús en el que había masturbado a tres de sus acompañantes, uno de ellos austrohúngaro, Sor Dida, pues ése era su nombre decidió cumplir su sueño. Tras masturbar brevemente a uno de los guardas de seguridad, pues éste apenas había durado 2 minutos con el miembro erecto, la novia de Dios se adentró en uno de esos pequeños habitáculos que, muy a pesar de su creador, no incitaban más que a la práctica de sexo salvaje.
Eran las 7 de la mañana y, al fin, el primer comensal había llegado a su mesa. Aquella mesa estaba formada por una mujer a cuatro patas que, de forma compulsiva, contraía sus músculos vaginales otorgando gran placer a aquel vagabundo que había insertado en ella un enorme y robusto pene de tez morena.
Tras el coito que aquel vagabundo había brindado a la monja, ella decidió poner al servicio de éste sus rojos y carnosos labios que, en acto de total sumisión, esperaban impacientes la llegada de aquel diluvio, que poco tenía que envidiar al "Diluvio Universal".
Tras recoger sus ropas, empapadas por el sudor y los fluidos corporales que, en la última hora, ellos habían segregado, el vagabundo recogió su cartón de vino de mesa y, acompañando a Sor Dida hasta la puerta, decidió que volverían a verse un día más tarde.
Ella asintió.

2 comentarios:

  1. Viridiana y El sueño de la maestra en uno solo, campeón.

    Me ha gustado mucho, porque puede ser que ocurra bastante en los baños de Atocha.

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