miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los Patéticos Entremeses de Maese Marcos y Don Simón (3)


Dos puertas / Dos camas


En escena, un pasillo con dos puertas exactamente iguales: verdes, con el pomo dorado y un cartelito con un número encima. El número de la primera puerta, la de la izquierda, es el 69, la de al lado es la 71. Entran en escena, por la izquierda, JOSELI y MAESE MARCOS. Joseli está muy borracha, apenas puede mantenerse en pié. El maese la lleva del brazo, casi a rastras. Joseli está especialmente cariñosa con él, le acaricia el pelo e intenta frotarse. Cuando llegan a la puerta con el número 71, el maese se para e intenta enderezar a Joseli, con mucho esfuerzo, pues le dobla en tamaño. Cuando por fin consigue ponerla derecha, Joseli se abalanza apasionadamente sobre él, le besa. El maese abre mucho los ojos, pone cara de susto, se intenta zafar de ella, pero no puede, es demasiado fuerte. El beso es largo e incómodo para el maese, que parece muy aliviado cuando por fin termina. Joseli está totalmente embelesada, le mira con una cara de enamorada que no se corresponde para nada con la del maese, que no sabe dónde meterse.

JOSELI: Mialé, si es que eres más bonico…

MAESE: Ca-ca-cálmese, señora.

JOSELI: Jomío, no me llames señora después del beso que acabamos de darnos… yo soy tu Joseli, pa lo que quieras… vamos pa dentro, zanguango.

MAESE: No, no se moleste. Acuéstese usted, que falta le hace, y yo mañana vengo a despertarla para despedirme antes de marcharnos, si no se me olvida, claro.

JOSELI: Me voy a acostar, pero contigo debajo, guapazo. Que te tengo unas ganas… y así con el vinillo…

MAESE: Con el vinillo dice… si ha dejado usted a su pobre tío sin una gota que servir mañana.

JOSELI: ¡Que no me llames de usted!

MAESE: Perdona, perdona.

JOSELI: Tira padentro, que te voy a quitar las tiranteces. Que estirao eres, madre mía.

Joseli abre la puerta de la habitación y se cae de boca dentro. El maese se asusta con el golpe. Joseli no se mueve. El maese, en vez de correr a ayudarla, duda si marcharse. Mira a ambos lados del pasillo, corre hacia ambos lados. Vuelve donde está Joseli tumbada, que ha empezado a emitir algún ruido. El maese corre a socorrerla a toda prisa. La ayuda a levantarse, aunque al final es ella la que levanta al maese un par de palmos del suelo.

MAESE: Está… ¿estás bien?

JOSELI: (muy borracha, tambaleándose) ¡Tiá pa dentro ya!

Joseli lanza al maese dentro de la habitación. Este entra volando, con un grito de terror afeminado. Joseli se remanga el vestido y cierra la puerta con el pié, dando un fuerte portazo.

Tras una pequeña pausa, se oyen unas fuertes risas. Por la izquierda entran DON SIMÓN y LA HERMOSA MUCHACHA ANDALUZA, PILI. Ambos están algo achispados, se rien de cada paso que dan y de la risa del otro. Simón lleva la camisa medio rota, le faltan algunos botones, la lleva prácticamente abierta del todo. Pili lleva el pelo suelto, alborotado. Se paran delante de la puerta 69.

PILI: Pueh ná, shiquillo. Aquí etamo.

SIMÓN: ¿Y nos vamos a quedar aquí?

Simón se acerca a Pili la besa apasionadamente hasta que esta queda apollada en la puerta de la habitación. Siguen devorándose apasionadamente. Pili le arranca la camisa del todo a Simón.

MAESE: (desde su habitación) ¡Con ciudado, Dios santo!

Pili y Simón se miran extrañados. Buscan la fuente de la voz, que por otro lado les resulta familiar. Pili hace un gesto de despreocupación y gira el pomo de la puerta.

MAESE: (desde su habitación, con una voz afeminada y estridante) ¡Me vas a partir en dos, mujer!

PILI: ¿Ece no eh zu amigo?

SIMÓN: Pues sí que parece la voz del maese…

JOSELI: (desde dentro de la 71) ¡No seas remilgao y quitaté eso ya, copón!

PILI: ¡Uuuuh! ¡Y eza eh mi prima!

SIMÓN: Dese luego… ese es capaz de cualquier cosa con tal de…

PILI: Con tal de qué.

SIMÓN: Nada… tienes que perdonar al maese. Es un poco envidiosete. En cuanto vio cómo nos mirábamos en los ultramarinos…

PILI: ¿Tú creeh? Pueh como mi prima ce le ponga farruca… lo mihmo no le vuelveh a vé. Ozú, que bruta eh.

SIMÓN: ¡Tranquila! El Maese Marcos es un hombre duro. Está algo chalao, pero seguro que sabe salir de esa y de dos como esa.

PILI: Ay, que zalao ereh.

Pili besa apasionadamente a Simón, acariciándole con pasión, cuando se va a echar hacia atrás para apoyarse de nuevo en la puerta, sin acordarse de que está abierta, cae de espaldas, con Simón encima.

SIMÓN: ¡Ay, Pili!, ¿estás bien?

PILI: ¿Bien? Tira pa dentro que vah a vé ci ehtoy bien.

Simón, en el suelo y sobre Pili, da una coz con la que cierra la puerta de un golpe.

Tras una pequeña pausa, El maese Marcos sale de la habitación con la camisa rota, con un solo zapato y jadeando. Lleva todo el pelo alborotado. Cierra de un portazo. Tiene una expresión de terror horripilante.

JOSELI (desde dentro): ¡No tardes, hermosón!

El maese hace un gesto de molestia supremo, como si no soportase esa voz. Asustado mira en todas direcciones, como si buscara a alguien. Se acerca a la puerta 69.

PILI (desde dentro de su habitación) ¡Ay Cimón! ¡Ereh un toro!

El maese pone cara de alivio, respira un par de veces, espera que paren los gemidos al otro lado de la puerta y llama un par de veces, cada vez más fuerte.

MAESE: ¡Simón! ¡Simoncete!

Tras una pausa de dos segundos, los gemidos de Pili vuelven a oírse, esta vez más fuerte, seguidos de algún grito de Simón.

MAESE: ¡Simón! (golpea con fuerza la puerta) ¡Simón, por tu padre, sal un momento!

Cesan los gemidos, seguidos de unos cuchicheos en voz baja. Unos pasos se acercan a la puerta, que se entreabre. Se ve la cabeza de simón. Tiene la cara llena de carmín y el pelo alborotado. Se ve como se viste mientras se asoma, excepto por la camisa. Va a pronunciar alguna clase de protesta por hacerle salir, pero sus palabras no aciertan a salir cuando ve el aspecto del maese, que incluso ha empezado a sollozar. Sale de la habitación muy preocupado y cierra la puerta con cuidado.

SIMÓN: Pero, maese, ¿qué le ha pasado?

MAESE: Simoncete, eso de ahí dentro no es una mujer, ¡es una bestia parda! Me va a destrozar, compadre, me va a hacer trizas.

SIMÓN: Ande, ande, no sea exagerado maese. Seguro que de peores plazas ha salido usted a hombros, hombre.

MAESE: No, tú no lo entiendes. Yo no quiero yacer con esa mujer. Yo no PUEDO yacer con esa mujer.

SIMÓN: Bueno, maese, no es lo que uno llamaría una belleza, ni una delicada flor, pero una conquista es una conquista…

MAESE: Que no Simoncete, no me estás entendiendo. Yo no puedo tener este borrón.

SIMÓN: ¡Ah, es por eso!

Se abre la puerta de la habitación 69 y podemos advertir a Pili totalmente desnuda. Su hermoso cuerpo llama poderosamente la atención del maese, que no puede evitar asomarse y lanzar un bufido de aprobación. Pili ni se da cuenta de que el maese está ahí.

PILI: Pishón, ven pacá ya que yo zola también goso, pero no eh iguá…

SIMÓN: (empuja a Pili hacia dentro para taparla) Tranquila, tranquila, tira pa dentro que ahora voy.

Pili pone cara de disgusto y se mete hacia dentro. Desde fuera se la puede oir gemir suavemente mientras el maese y Simón conversan.

SIMÓN: Maese, por dios, dígame qué le pasa, ¡que se me impacienta! ¡Para cuando vuelva va a estar más que servida! A lo que iba. No se preocupe usted por el borrón, que como dijo antes de partir “lo que pasa en el viaje se queda en el viaje”.

MAESE: No Simón, este borrón no me lo puedo yo permitir. Esta no puede ser la…

SIMÓN: La qué maese, por Dios, intente ser más claro.

Pili gime cada vez con mayor intensidad. Simón está cada vez más impaciente y mira al maese con una mezcla de rabia e impaciencia que no hace más que poner a este más nervioso. No acierta a decir lo que tiene que decir, balbucea.

SIMÓN: ¡La qué, maese!

MAESE: ¡La primera, Simón!

Se hace un silencia incómodo. Han cesado incluso los gemidos. Se oyen unos pasos desde la habitación 69.

SIMÓN: ¿La primera? Maese, ¿es usted virgen?

MAESE: ¡Shhh! ¡Calla botarate!

SIMÓN: Perdone... (Susurrando) ¿Lo es?

MAESE: Simón, han sido muchos años preparando la expedición, ordenando mis prioridades… yo no he tenido tiempo para andar con muchachas, he estudiado mucho, he preparado esta aventura toda mi vida. No he tenido tiempo, Simoncete, ¿me comprendes?

SIMÓN: Francamente, maese, para ciertas cosas y más a ciertas edades, uno debería sacar tiempo de debajo de las piedras si es preciso.

MAESE: Pues no ha podido ser, amigo. Comprenda que no quiera estrenarme con esa mujer. Ni el más rudo soldado austrohúngaro podría yacer con tal ser, y menos en un primer acercamiento.

SIMÓN: Ese es su problema, maese. Déjese de pamplinas, entre ahí y sea un hombre. Le juro que nadie lo sabrá,

MAESE: Simón, si entro ahí con mi experiencia, ¡me mata!

SIMÓN: ¿y qué quiere que yo le haga? Márchese como un cobarde, yo le cubro mañana a la mañana, pero déjeme a mí yacer con la Pili esta noche, por favor se lo pido.

MAESE: Tenía pensado, Simón, si te parece bien… que me echases una mano. A estas alturas del combate no puedo abandonar.

SIMÓN: ¿y cómo podría yo ayudarle?

MAESE: Un hombre de tu experiencia, de tu porte… de tu saber amar… ¿qué le parece si yace usted con dos mujeres esta noche?

SIMÓN: Pero ¿está usted en sus cabales?

MAESE: Simoncete, Simoncete, ¡yo te creo capaz de eso y más! Mira, yo me asomo un momentito, le digo que estoy algo indispuesto, tú yaces tranquilamente con tu Pili mientras yo espero aquí y, cuando acabes la faena, entras en la habitación, la mandas apagar todas las luces, te haces pasar por mí y me salvas el pellejo.

SIMÓN: Pero maese, ¡eso sería agotador! ¡Mañana no podría ni pestañear! Además, es posible que no vuelva a ver nunca a Pili, quiero pasar la noche con ella, compréndalo.

MAESE: ¡lo entiendo! ¡Esa es la mejor parte del plan! Usted me hace aquí cualquier apaño rápido y cuando se duérmala bestia, que con la cantidad de vino que lleva encima se dormirá, se vuelve usted aquí y yo apechugo el resto de la noche, y así puedes estar con tu Pili.

SIMÓN: No sé, maese… no me parece bien. La pobre Joseli, bestia o no, tendrá su corazoncito y habrá puesto sus ilusiones en yacer con usted…

MAESE: Simoncete, por favor. Esta no puede ser la primera

El maese mira a Simón con una expresión de súplica que el pobre no puede resistir. Accede a su petición a regañadientes.

SIMÓN: De acuerdo, maese, lo haré por usted.

MAESE. No sabes cuánto te lo agradezco, compadre.

SIMÓN: Pero invéntese una buena excusa, que lo que le voy a hacer a la Pili no va a ser una faena rapidilla.

MAESE: Tómate tu tiempo, Simoncete. En otra cosa no, pero en el mentir estoy bastante versado.

SIMÓN: Eso espero. En fin, voy para adentro. Ahora le veo.

MAESE: Espera, Simón

SIMÓN: Dígame

MAESE: Ahora que sabes mi terrible secreto… ¿me seguirás llamando maese? ¿Podrás mirarme a la cara, seguir respetándome?

SIMÓN: No se apure, MAESE. Un despiste, un mal organizarse cualquiera lo tiene.

MAESE: (abraza a Simón, que está ya desesperado por librarse de él) Gracias, amigo.

Simón entra en su habitación. Se oyen unas risas a las que siguen unos suaves gemidos que ganarán en intensidad mientras el maese pasea por el pasillo buscando una historia que contarle a Joseli.

PILI: (desde dentro) ¡Te quiero bien dentro Cimón! ¡No te me pareh!

El maese está realmente incómodo. Por fin se decide a acercarse a su habitación. Golpea la puerta tres veces, abre y asoma la cabeza.

MAESE: Jos-joseli, ¡Joseli! ¿Estás despierta?

JOSELI: (apenas puede hablar de la borrachera) Madre mía, muchacho, ¿dónde te metes? ¡Ven! ¡Cúbreme!

MAESE. es-es que verás Joseli, ahora mismo no puedo. Estoy algo indispuesto… voy a ver si tu tío tiene algo que me haga bien, el estómago se me revuelve.

JOSELI: Anda, anda, déjate de remedios. Un dolor de estómago no va a ser ahora la fin del mundo. ¡Tira!

MAESE: No te preocupes, Joseli… en seguida estoy aquí, ya verás como no tardo nada.

JOSELI. Como me hagas calentar el horno para luego no meter el pan… ¡te juro que te acuerdas de mí!

MAESE: (aterrado) Tranquila, que enseguida vengo.

El maese cierra la puerta con cuidado. Desde dentro se oye chillar a Joseli algo incomprensible. El maese se sienta en el suelo, entre las dos puertas de la posada.

Tras una pausa, se abre muy despacio la puerta de la habitación 69. Simón sale abrochándose la camisa.

SIMÓN: ahora, maese. Le he dicho a Pili que voy a por algo de champaña a la bodega de la tienda, que tardaré un rato.

MAESE: ¡Excelente! Joseli no sospechará nada, apenas han pasado unos minutos. Date prisa, que cuanto antes empieces antes acabamos, compadre.

Simón se acerca a la puerta número 71, se gira para mirar al maese y le hace un saludo militar.

SIMÓN: Deséeme suerte.

MAESE: ¡Al toro simoncete!

Simón abre con suavidad la puerta de la habitación e intenta imitar la voz del maese, de una forma poco convincente y ridícula. Le pide a Joseli que apague todas las luces del cuarto. Joseli gruñe, pero las luces acaban por apagarse. Se cierra la puerta. Se oyen cuchicheos, a los que le siguen unos gemidos graves y estruendosos, como si de una caverna viniesen. Los gemidos se cortan en seco, se oyen ruidos extraños. El maese se asusta.

JOSELI: (desde dentro) ¿¡Pero tú quien eres, esmirriado?! ¿Dónde está el otro, el grandote? ¡Fuera de aquí, humo!

Se oyen grandes golpes, cosas que caen, a Simón gritar y acercarse a la puerta con rapidez. De pronto se abre la puerta y vemos a Simón aterrado y a Joseli completamente desnuda y con una pata como de una mesilla de noche, hecha astillas, en la mano.

JOSELI: ¡Tira, pervertido! ¿Y tú? ¿Tú que haces enviándome a este asqueroso?

De pronto se abre la puerta de la 69, y Pili sale también completamente desnuda al pasillo.

PILI: ¡Cimón! ¡Ehto que é! ¿Qué haseh en la habitasión de mi prima?

SIMÓN: Yo… yo…

Joseli sigue amenazándole con el palo. Pili se ha puesto roja de rabia, y corre hacia donde está su prima para ponerse junto a ella.

MAESE: ¡Corre Simoncete! ¡Que nos matan, caramba!

SIMÓN: Pili, deja que te lo explique…

PILI: ¡No hay ná que explicá! Todoh loh marineroh zoi igualeh. ¡Que lo querís tó! ¡Hijos de mala madre!

SIMÓN: ¡Corra maese, que nos linchan!

El maese y Simón huyen aterrados de Joseli, que les sigue balanceando el palo en sus manos. Consiguen zafarse de ella. Joseli rompe el palo con ambas manos, de pura impotencia, mientras que Pili sigue maldiciendo a la vez que llora, de rabia.

JOSELI: Ay, lo siento Piluca. Siempre te fastidio estas cosas. Supongo que no estoy hecha para que me amen apuestos marineros sin que se monte un motín.

PILI: Ozú, no cea boba. Ehtoh marineroh ni eran marineroh ni eran ná, unah nenasa eh lo que eran. No merese la pena, Hoceli. Vámonoh pa casa.

4 comentarios:

  1. Parece que poco a poco estos intrépidos marineros van iniciándose en las artes amatorias!

    ResponderEliminar
  2. Pobre Maese, ve educándole bien en el terreno de cama Albertete ;)espero una cuarta parte muy pronto :)

    ResponderEliminar
  3. No sabes bien lo que me he reído. ¡Qué mano tienes para la comedia, ozú! Muy bien traído el austrohúgaro.

    ResponderEliminar
  4. Jajajaja gracias a todos! Pronto volverán, tranquilos, tengo grandes planes para ellos jejeje

    ResponderEliminar