jueves, 4 de noviembre de 2010

Los Patéticos Entremeses de Maese Marcos y Don Simón (1)



Náufragos




En escena un bote a la deriva en el mar. En su interior dos hombres de aspecto descuidado, vestidos con camisas blancas y pantalones de tela negros. El más joven de ellos, DON SIMÓN, lleva la camisa manchada de vino, el pelo alborotado y está rebuscando cosas en un zurrón mientras el otro, MAESE MARCOS, algo mayor, le observa con desesperación.

MAESE: ¿Y bien? ¿Cuantos víveres nos quedan?

SIMÓN: (rebusca nervioso en el zurrón y remueve todo lo que hay en su interior) Pues… veamos… un poco de queso… un puñao de arroz… algo de vino en la bota…

MAESE: ¡Ay que ver, Simoncete! ¿Cómo se puede ser tan impreciso? ¿Qué es eso de un poco de queso, un puñao de arroz…? ¡Qué simple eres! Seguro que todo lo describes con la misma gracia…

SIMÓN: Y qué quiere que le diga, maese.

MAESE: (le interrumpe sin escuchar lo que dice) ¿Acaso le describiste a tu padre el servicio militar como “durillo”? ¿O le dijiste a tus amigos que pasaste unas vacaciones “muy apañás”?

SIMÓN: (algo irritado) No entiendo qué puede tener que ver eso con la comida que llevemos, maese.

MAESE: (sigue sin escucharle e interrumpiéndole) Seguro que le describió con la misma gracia a su mejor compadre la primera mujer de la que se enamoró.

SIMÓN: Ah, no, eso sí que no maese. Hablando de mujeres puedo darle tantos detalles que le parecerá estar viéndola delante suya, y más si dicha mujer ha conseguido ganarse un hueco en mi corazón.

MAESE: (de pronto muestra interés en lo que SIMÓN tenga que decir) Ah, ¿sí? Vaya, vaya, pues eso nos podría ser útil en estos momentos de aburrimiento y soledad. No todo va a ser morfar.

SIMÓN: Si quiere que se lo demuestre…

MAESE: ¡Por supuesto! A ver, por ejemplo, descríbame a la mujer más hermosa que haya visto en el último mes, justo antes de zarpar.

SIMÓN: Aaah, esa es fácil maese. Justo el día que zarpamos, mientras cargábamos todo en el navío, pude advertir a lo lejos a una bella dama que paseaba con sus niños por el puerto. Una mujer de pelo largo y rizado, de un rojo intenso y con un brillo que casi le cegaba a uno la vista. Era algo mayor, pero conservaba cierto atractivo que sin duda cultivó durante años.

MAESE: Interesante. Sigue, sigue Simoncete.

SIMÓN: Mujer de labios carnosos y rojos, de piel blanca y brillante. Los ojos grandes y verdes, y llenos de vida, casi como los de una chiquilla. Dos lunares adornaban su mejilla izquierda, y un mechón de pelo rebelde le caía sobre la cara con gracia. De generosos pechos, redondos, en su sitio. Bien puestos, si se me permite, vaya.

MAESE: (con los ojos muy abiertos y acercándose la mano a la entrepierna) Se le permite, se le permite. Siga, siga.

SIMÓN: Atlética, de cuerpo bien construido, casi esculpido, en buena forma vaya. Buenos cuartos traseros. Generosos, pero no en abundancia. Ha criado dos hijos, yo creo que su reconocimiento merece.

MAESE: (frotándose la entrepierna. Le cuesta respirar) Madre del amor hermoso… Siga Simoncete, siga.

SIMÓN: Pasó con los chiquillos por nuestro lado y nos preguntó hacia donde partíamos. Si hubiese escuchado su voz… un susurro casi cantarín, que acariciaba las palabras con suavidad antes de dejarlas salir de su preciosa boca. Su olor… un olor como a vainilla, que le hechizaba a uno, no se imagina. Se movía y hablaba con una gracia que habría hecho caer a cualquiera. ¡Cómo andaba, Maese! Movía el trasero hacia los lados, con un cierto contoneo que recordaba al de un grácil animalillo. Se giraba de vez en cuando, siempre sonriente y con cierta lascivia. ¡Tres noches sin dormir en alta mar me tuvo esa mujer, maese!

MAESE: (tiene los ojos casi en blanco y la mano metida en el pantalón) ¡Y qué más, Simón! ¡No me dejes así, caramba!

SIMÓN: Eso es todo lo que recuerdo, maese, ¿no le parece bastante? Oiga, ¡se está usted tocando!

MAESE: (saca la mano a toda prisa del pantalón) Perdona Simoncete, pero no puedo evitarlo. Tu certera descripción me ha excitado sobremanera. ¡Tengo que calmar esta tensión!

SIMÓN: Pues cálmese, cálmese maese. Le prometo que no miro.

MAESE: No me importa que mires, Simón. Es más… (Coge la mano de SIMÓN y la acerca a su entrepierna) podrías echarme una mano, compadre.

SIMÓN: ¡Pero qué dice! ¿Se ha vuelto usted completamente loco?

MAESE: Simoncete, entiéndelo. Lleva sin tocarme una mujer… desde tiempos del Imperio Austrohúngaro, por darle una fecha. Hacerse estas cosas uno solo es muy triste, amigo.

SIMÓN: Está usted loco, señor. No pienso hacerle eso. Cada uno que se apañe con lo suyo, no tiene usted más que concentrarse y listos.

MAESE: Pero Simón, podrías seguir contándome más de esa bella madre mientras me acaricias, solamente te pido eso (forcejea con él para llevar la mano de SIMÓN a su miembro de nuevo). Esto es algo que hemos hecho todos los hombres en mala racha, ¡no sea bobo!

SIMÓN: ¡Que me suelte, loco! (forcejea con él un rato y durante el alboroto cae al agua)

MAESE: ¡Simón!

SIMÓN: ¡Maese! ¡Écheme una cuerda o algo! ¡Me estoy congelando, y no sé nadar!

MAESE: (no le escucha, se está tocando bajo el pantalón mirando a otro lado) Ay, tenías razón, Simoncete. (Jadea cada vez más rápido) Con el bote vacío uno se concentra más.

SIMÓN: ¡Por el amor de Dios, maese! ¡Que me ahogo, por un demonio, que me ahogo!

MAESE: (jadeando, con los ojos cerrados, sin escuchar a Simón) De pechos generosos…. de pelo rojo y rizado…. contoneo de animalillo… animalillo pelirrojo… pelirrojo…. (Abre mucho los ojos. Gime y respira aliviado)

SIMÓN: (ha conseguido asirse al bote y mira con espanto la dantesca escena. El MAESE ha eyaculado sobre el zurrón, que estaba ligeramente abierto, y sobre el espacio reservado en el bote para SIMÓN) Pero apunte, por Dios, apunte. No se le puede hablar a usted de mujeres.

MAESE: Qué rato más malo me has hecho pasar, Simoncete. Eres un poeta, compadre.


3 comentarios:

  1. Bueno, bueno. Me parece una escenaca, muchacho, quñe recreación, qué humor, qué personajes. Si Beckett hubiese escrito teatro erótico habría sido como esto.

    Me quito el cráneo. Me he reído más que excitado, que es lo que importa.

    Y yo que creía que mi relato era para mujeres... El tuyo sí que lo es.

    ResponderEliminar
  2. Por cierto, ¿es tuya la ilustración?

    Me ha encantado cómo has metido la palabrita autrohúngaro....

    ResponderEliminar
  3. Me alegro de que te haya gustado jejeje. No, la ilustración la saqué de por ahí, pero parece hecha a posta eh?
    Si que es verdad que la historia me ha quedado más humorística que erótica, pero tranquilo, que Maese Marcos y Simoncete llegarán a tierra y vivirán varias guarrindongadas por el mundo xD

    ResponderEliminar