lunes, 8 de noviembre de 2010

4 movimientos de un discurso seminal. (I & II)


Carles tenía en poca estima su suerte a pesar de haber recibido el campechano premio de una semana de vacaciones en un crucero balneario que navegaba por una de las esquivas ruta nórdicas. Aquellas con un trayecto navío-punto de interés tan medido que permiten intuir someramente el frío propiamente turístico, caracterizado por dejar ese poso de experiencia insólita al habitante del barrio dormitorio, pero en absoluto capaz de hacer entrever su severidad, condicionante del carácter nórdico. Ése carácter que empuja todo hacia interiores de progresiva presión, que acaban explotando en perturbadoras gráficas sobre el suicidio en el PowerPoint del analítico sociólogo anglosajón. Y Carles deseaba estar en esas válvulas de promiscuidad que se aflojan en los pisos de clase media-alta o en los negocios de sociabilización post-adolescente. Con sus caucásicas jóvenes de osamenta envidiable en comparación con la pierna jamona castiza; que bailan con honesto descaro seductor-ocioso a la lista de reproducción de los alternativos éxitos de NME. Sus desmelenamientos con tonos cobrizo a platino, o en azabache y sofocante contraste con los iris sagaces y pupilas contenedoras de un libertinaje sosegado, van siguiendo la progresión calculada y cívica del dosificador de alcohol del pub hogareño o discoteca contemporánea. Se evita así el desequilibrio en el juego de pavoneo mutuo, y las percepciones de ambas partes siguen una aceptable simetría que evita la relativa degradación servil de una a la mayor consciencia y riendas de la otra, que tiene su peor resultado en el arrimado desesperado de la zona pélvica. Continuación acaso del resto de preceptos sociales, la libidinosidad de los jóvenes nórdicos tiene un nivel de sutileza y civismo que encamina todo por un subtexto obvio y consciente que deja fuera lo contradictorio, malentendido, hipócrita y esperpéntico del modelo mediterráneo. Justo aquel que Carles, y ejemplificándolo, sabía que se iba a encontrar en el aún disfrutable crucero; pues no tiene motivo el autóctono para visitar las atracciones turísticas a no ser que busque al turista mismo. Y las nórdicas-tipo no iban a buscar al hispano común en el crucero atracado en su puerto inadvertido, sino que recurrían a lo grotesco y, a su modo, exótico del Benidorm o similar, para perder todo su característico refinamiento y disfrutar de la fiesta. Pero qué exigir a un plan de viaje ideado por una agencia que se patrocina en el dorso de unos cereales Cheerios de la marca blanca del Día, para Dios sabe qué target. Y qué puede exigirse él si, habiendo ganado dos plazas, prefiere fingir la indisposición de un hipotético acompañante para poder ir él sólo, sin que le cancelen así el premio; auto-convencido de que su capacidad de reflexión personal hará del viaje algo hasta constructivo, y no una cabezonería rácana que destaca más su nulidad social.




«Pero es que tampoco se iba a desperdiciar el viaje», y dejó en esa pequeña pausa inconclusa su discurrir caótico, porque fue interrumpido por el elemento de distracción primigenio: un coño. Cubierto por un terso bikini, azul turquesa, que dejaba percibir la hendidura de los labios. Las finas cuerdas para ajustarlo descubrían la mayor parte de la ingle, dejando todo el sexo encuadrado en ese triángulo alborotador, y estaban sujetas, tensadas, por unas caderas de pronunciada y hormonada curvatura. Al girarse progresivamente según bajaba las escaleras hacia la piscina burbujeante, mientras se humedece el dichoso triángulo, Carles observa que las caderas acogen un culo de redondez sublime, elevado por unas piernas largas y en progresiva delgadez erótica. Esas piernas que continúan la línea curvada y erógena que sigue esa piel tersa, dorada e insultantemente joven de ese cuerpo escultural. Carles no llega a apreciar los pechos pues ella comienza a nadar dándole la espalda. Pero ve como se humedece y flota su ondulada melena castaña, con restos del rubio infantil que la caracterizaba antes de que ella creciese hasta convertirse en ese objeto de admiración lujuriosa. «De todas las piscinas, vacías a esta hora porque todos están fuera, decide meterse en esta. No sé si será malinterpretar, pero difícil bajar este empalme ahora. Elefantes rosas… la alineación del Betis… austrohúngaro, austrohúngaro, austrohúngaro… » La ventaja de estas piscinas, con su superficie espumante, es que permiten ocultar toda erección inesperada con más solvencia que en la transparente piscina común. Es imposible ocultar sin la presión del calzoncillo la rigidez bamboleante del pene, y la holgura del bañador Quicksilver no consigue ocultar en el ondular submarino la presencia del órgano perturbador de la paz ociosa de la piscina. En cambio, la continuidad del movimiento de esas corrientes relajantes de los balnearios, impide distinguir el incómodo elemento, a la vez que lo mece en confortables idas y venidas burbujeantes. No obstante, Carles se gira y apoya el pecho en el bordillo, eliminando cualquier posibilidad de notar su incontrolable excitación. «Demasiado descaro el quedarse mirando. Y mejor quitarme fantaseos…» Aunque todavía queda la pregunta de cómo tendrá… esa parte del cuerpo que cubre la pieza de bañador que ahora pasa flotando al lado. Un giro y ella se acerca nadando con una sonrisa sensual e irónica, en unos labios finos, con una comisura felina tan seductora como tierna. La mirada hechicera de sus ojos aguamarina engloba el rostro estilizado y torneado. Desvío de ese mirar lujurioso hacia los pechos medio sumergidos, que surgen como esculpidas esferas suaves y cerradas por un pezón rosado y minimalista que ahora mismo está rígido y cortante. Recoge su bañador y apoya en el mismo bordillo, cerca. Más cerca. Sin necesidad de palabras, su rodilla roza accidentalmente mi fluctuante y rígido miembro. Su sonrisa cambia a la impulsiva mordida de su labio inferior. La bajada de sus párpados acompaña a la de su mano hacia el bañador. Aún con fuerza, el tacto de su palma es suave en el pene. Sus uñas rozan ligeramente cuando gira toda la mano midiéndolo y alegrando su lasciva sonrisa. Agarra con impulsiva fuerza y gira su brazo, obligándome a darme la vuelta ante tal ímpetu sexual. Lo levanta de nuevo y pierde ambas manos entre mis pelos, casi arrancándolos, mientras su boca recorre todo mi perfil. Sus piernas rozan las mías mientras se elevan para atarme desde la cintura, uniéndonos por las caderas. Aún en el agua caliente noto como toda ella arde; y es entonces que, mientras por encima del agua hay un caos de roces , bajo la superficie, el pene queda alineado y encajado en sus labios. Un ardor feroz atraviesa la superficie sintética de su bañador y envuelve todos nuestros genitales. Su leve y opresivo vaivén de cintura consigue retirar mi prepucio y continúa en una cruel fricción lubricante. Ella desciende por completo y sumerge su cabeza. No la veo entre los pelos que flotan como un alga de libido. Pero distingo ahora su personalidad lujuriosa en la lengua que me recorre. Un vacío inhumano me engancha en su paladar y casi me separa de mi consciencia. El agua impide que pueda apreciar el entregado baile de la punta de su lengua por mi glande. Al darse cuenta, alcanza la base, y retrocede hasta afilar mi frenillo con la punta certera de su lengua. El latigazo que recorre mi cuerpo parece impulsarla de nuevo a la superficie. Ella se abalanza sobre mí con la inercia, volviendo a enlazarme con más fuerza. La agarro por las nalgas e intento separar su sinuosa carne como si quisiera abrirla ya por completo. Ella me coge exigente una de las manos y la lanza hacia su pubis. Siento su depilada superficie con una suavidad casi virgen y la elasticidad tensa de todo su sexo, con un clítoris que lo corona como una perla. Los dedos abren paso hacia una vagina todavía tupida pero con una lubricada bienvenida. Las paredes los presionan con un calor que no sé cómo no hace bullir todo alrededor. Un mordisco me hace saber que he llegado. La engancho como un anzuelo y la hago ondular a mi ritmo caprichoso. En su confusión consigue liberar una de sus manos de mi pelo y la lleva a su bañador. Lo arranca directamente, ignorando el nudo; aparta mi mano y con sus habilidosos pies baja mi bañador, continúa el movimiento con sus piernas. Una última sacudida introduce a mi pene por esas paredes apretadas, exprimiéndolo según avanza a toda fuerza. Me reta con un increíble juego de músculos vaginales que me obliga a interrumpir el vaivén. Giro nuestras posiciones, dejándola de espaldas a mi. Mientras reposo mi pulsante polla, la empujo agarrándole el culo hacia el bordillo. Dejo que apoye sus codos en él, mientras le aprieto las tetas casi hasta que desborden por mis dedos. Un mordisco en su cuello, atravesando su pelo húmedo, lo sigo con una bajada de mis manos hacia abajo. Toco los labios con sutileza simulada. Los abro con total brutalidad y me meto en su coño incauto. Lo atravieso con toda la fuerza que puedo, separándolo sin darle oportunidad a engancharme con su habilidad experimentada. Al fin la escucho gemir y el arqueo de su espalda me confirma. Las embestidas son tan fuertes que nos separo del bordillo. A la deriva en la piscina, la tengo atada a mí por las tetas y el clítoris, sin dejarla escapar. Empieza entonces con un gemido casi gutural. El agua comienza a tintarse de un marrón parduzco asqueroso. Confirmo que no se está cagando y continúo antes de cortarme la cercana y unilateral corrida. La agarro con total bestialidad por la boca, forzándola aún más. Entonces ella empieza a echar un líquido medio viscoso con algún tropezón indescriptible. Intento ignorar que coño está pasando, pero su chorro no para. Suelto su cabeza para que ella siga echando esa asquerosidad por la piscina, pero yo sigo intentado correrme en su coño, ahora flojo y pasivo. En todo ese asqueroso esfuerzo, el agua comienza también a teñirse de rojo. Yo ya no siento nada, encima veo que por todo mi cuerpo hay un reguero de sangre. Al recorrer su origen, resulta que surge de la nariz. La mezcla de colores de la piscina, sin burbujas ya, es nauseabunda. Sin llegar al orgasmo, deja flotar el cuerpo de la chica regurgitante. Un dolor de cabeza, concentrado en su frente, le elimina todo impulso. Comienza a tener también ganas de vomitar. Carles siente que el dolor comienza a ser más punzante, hasta el punto de estar concentrado en un único lugar. Le sigue una presión continua y molesta. Un olor a kebab mezclado con zumo de naranja, y cierto hedor a colonia, le sube penetrante hacia el puente de la nariz, y una última y gran arcada le invade la garganta.

3 comentarios:

  1. Ritmo trepidante y cargado de sensibilidad sexual que, poco a poco, va abizarrándose hasta llegar a un sentimiento de asco que se logra transmitir por el buen ejercicio de la descripción hayado en el relato.
    Benvenue!

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  2. Oh, sí, oh, sí! Oh, NOOOO!

    No vuelvas a hacer esto, ¡nunca!

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  3. Santi, eres un genio. El nuevo Houllebecq. ¡Qué prosa! Me quito el cráneo.

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