martes, 2 de noviembre de 2010

LA PRIMERA VEZ DE LA REINA

PARTE I. Una máscara y medias rojas

Es el decimonoveno cumpleaños de la reina y aún no ha conocido varón. Toda la corte se prepara para el gran baile en su aniversario, pero a ella poco le importa. Las guirnaldas cuelgan del gran salón del palacio. Los lucernarios y lámparas se cubren con un sugerente papel de cebolla rojo. Las sirvientas visten ya los guardainfantes de merengue y las máscaras de gato siamés. Los cortinajes blancos se han sustituido por los verdes, lo que confiere al gran salón de una atmósfera más íntima, más solícita a los excesos del baile.

La Reina está triste, a pesar de cumplir diecinueve años. Todos han prohibido al pobre Rey verse a solas con la Reina. Ninguno quiere que la vea desnuda. Esa noche está decidida a dar el gran paso. Ha dado las indicaciones necesarias a su sirviente, Marie, para que notifique al Rey que lo verá esa noche a eso de las once de la noche. Esta vez será la definitiva. Aburrida, observa los preparativos de la noche, y no olvida el gran picor que le recorre los músculos de la vagina. A pesar de toda la ropa que lleva encima (el camisón interior, el coulette, las medias, las ligas francesas, el guardainfantes, el faldón romano, los botines escoceses, el corsé veneciano, la gran peluca y los tocadores de plata), el temblor de su sexo le sube por el abdomen hasta ahogarse en su garganta, en un suspiro ansioso que apremia por salir y dejarla en evidencia.

Decide salir al fresco del corredor y aplacar su lujuria con el temor cristiano. Poco a poco, los recuerdos de sus experiencias más pícaras acaban cubriendo su febril mente. Recuerda la primera vez que vio un pene, antes de salir de su país natal, antes de abandonar la corte francesa, para casarse con el Rey de España. Recordó que tenía trece años, y que sus primas la habían versado brevemente sobre las artes amatorias y sobre los secretos del cuerpo. Así mismo, la habían retado a que no era capaz de ver un miembro masculino antes de que se la llevaran a España. Y allí fue, con su carácter huraño, con su torpeza adolescente, con su cuerpo prematuramente formado, con sus senos ya respingones y su acné acuciante, buscando a un varón que le enseñase los secretos de la vida. Se lo había pedido a muchos de sus primos menores, a algunos sirvientes. Pero solo uno accedió a la petición de la princesa: uno de los jardineros austrohúngaros, un libertino de la corte que se vio relegado a los trabajos del jardín por sus prácticas poco recomendables. Ante la petición de aquella hermosa niña, el libertino se bajó el mono de trabajo y los calzones, y mostró a la futura Reina de España su despampanante miembro moreno. Desde ese día, la joven soñaba placenteramente son aquel gran pene venoso, erecto, y en sus más húmedas fantasías siempre salía aquel enorme miembro, atravesándola y partiéndola en dos.

Ante la negativa de toda la conservadora Corte española de que yaciera con el Rey, la pobre princesa tenía que jugar consigo misma, siempre fantaseando con aquel mástil austrohúngaro. Introducía sus pequeños y rechonchos dedos entre sus labios, reclamando al instante el fluido prohibido, que mojaba la alcoba real esparciéndose entre aquellos muslos de porcelana. Los grandes mantones sobraban, y todo el nicho se impregnaba de un olor intenso a sexo, casi animal. Cuando sus gritos placenteros se oían resonando por todo el palacio, Colette, la fiel sirvienta de la Reina, entraba en los aposentos y desplegaba los juguetes fálicos que había heredado de su abuela. Temblando, la Reina le pedía que le introdujera uno de aquellos mastodontes de cerámica muy adentro, todo lo que pudiese. Con la frialdad de la clase servil, Colette maniobraba con todos los cacharros, acariciando aquí y acullá, apretándole y lamiéndole los pezones sonrosados y duros, besándole con lengua cuando la joven ardiente lo exigía, acariciándole con la parsimonia y paciencia de una madre la pequeña erupción de la vagina, que según las últimas noticias de Francia, se llamaba clítoris. Así, la Reina suplía la ausencia del Rey.

Después, pedía a Colette que robase para ella la llave del cuarto prohibido, donde la Inquisición guardaba todos los cuadros de desnudos y de escenas vedadas. En la penumbra de la sala, la princesa observaba meticulosamente las pinturas de los clásicos, recorriendo con sus ojos los músculos tensos, las carnes de los glúteos de las diosas, los pechos engalanados con el mejor color turquesa, los pubis puros de oro que habían sido producidos por pinceles febriles. Así, notaba la Reina de nuevo el calor húmedo entre sus piernas, y se daba gusto con la enorme llave. Introducía el frío acero entre sus paredes vaginales, ya rezumando un fluido pegajoso y dulce, y llegaba al orgasmo observando aquellas obras. Ponía un gran mantel en el cemento, se tumbaba con las piernas abiertas y se corría sobre el corpiño.

Pero esa noche no necesitaría ni la fantasía ni sus manos para sentir placer. Esa noche, se acostaría con el Rey. Colette se reunía con ella tras verse con el Rey.

-Señora, ha accedido a verla esta misma noche en sus aposentos- dijo Colette, con una sonrisa plácida. –Sobre las once.

-Buen trabajo, Colette.

-Me ha pedido, además, que se aderece con estos complementos…

La madura sirvienta entrega a la Reina un pequeño zurrón. Lo abre rápidamente, ansiosa, y observa con sorpresa el contenido. Unas medias rojas y una máscara de fauno. El corazón comienza a latirle desbocadamente, tanto que el clamor sanguíneo se extiende por todo su cuerpo, haciendo que sus pezones se endurezcan contra el corsé y el clítoris se ponga tan erecto que se le doblan las rodillas. Nota que sus mejillas se sonrojan y que la cabeza le da vueltas.

-Puedes retirarte, Colette- sentencia la Reina, sin poder disimular del todo su azogue.


[CONTINUARÁ]

2 comentarios:

  1. No puedo esperar para ver qué le depara el futuro a la jóven reina, tan dispuesta a entregarse desde que vió ese miembro austrohúngaro jajajaja.

    Es acojonante como pasas del erotismo suave al pornazo duro, muy currado si señor xDD

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  2. Lo que más me ha gustado es la diversidad de formas a la hora de describir una excitación.

    Erotismo 100%

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