martes, 23 de agosto de 2011

CUADERNO DE EROS SE MUDA A WORDPRESS

EL CUADERNO DE EROS CONTINÚA DESPERTANDO LOS INSTINTOS MÁS OCULTOS EN SU NUEVA DIRECCIÓN:


www.cuadernoerotico.wordpress.com


¡MÁS ATRACTIVO Y MÁS EROTICO QUE NUNCA!

sábado, 20 de agosto de 2011

Cavilaciones milfianas.Última entrega

(viene de la segunda entrega) La parte inferior de estas damas del placer adulto es uno de los puntos fuertes por su capacidad para captar la atención de los demás.

Volviendo al campo de lo textil, las MILF pueden lucir varias vestimentas que, en cualquier caso, potenciarán unas posaderas y unas piernas de lo más dulces. Las hay que prefieren la ropa deportiva y por ello se enfundan en pantalones que se ciñen a su silueta y que, a pesar de que no dejan nada a la imaginación, potencian la imaginación de quien disfruta de su visión. Este tipo de pantalones pueden ser tanto largos, como llegar hasta la rodilla o, incluso, quedar cortados en la antesala de su fruto prohibido. Este corte está reservado para las MILF que desean cortejar a cualquier muchacho ya sea austrohúngaro o de cualquier parte del mundo, y embaucarlo para una causa que, en cualquier caso, resulta deliciosa.

Este tipo de MILF que opta por lo ceñido en tono deportivo se contrapone, en cierto medida, a las que optan por un ceñimiento de tono más informal pero, a la vez, igual de excitante. En este cajón pueden se engloban todo tipo de pantalones de tela vaquera o de vestir que, como todo buen observador de MILF debe saber, suelen concentrar los puntos de atención en la mitad inferior, dejando que la tela, a partir de la rodilla, goce de una libertad de la que no disfruta en la mitad superior del tren inferior, debido a que es allí donde, como dijimos anteriormente, reside la manzana del jardín de las Hespérides que muchas de estas MILF conservan para el héroe de turno.

Para finalizar con esta última entrega y por tanto, con este breve pero esperemos que acertado acercamiento al mundo MILF, es menester destacar aquellas MILF que siempre optan por vestido o, en su defecto, falda. Cuando las mujeres del sector etario que comprende a lo que identificaríamos como MILF optan por esta vestimenta, las variables que nos permiten atisbar a una MILF siempre se concentran en el baile que el dulce caminar, en ocasiones, con un movimiento de caderas intermitente, produce en la parte ceñida de la prensa en sí. Cuando una prenda de este calado marca con insistencia esa zona corpórea, nos encontramos, sin duda alguna, ante una de estas MILF.

Todo aquel observador de MILF debe comprender que, debido a lo efímero del carácter de las corrientes en el mundo actual, este manual/ensayo tiene un carácter muy temporal que, si es necesario, será reactualizado una y otra vez a fin de no dejar al azar la identificación del escalón más alto de la jerarquía del erotismo femenino.

miércoles, 17 de agosto de 2011

ESPECIAL JMJ 2011

UNA VOZ QUE ES UN PUÑO

Aún recuerdas ese calor húmedo que te baja por el vientre hasta los muslos. Aún recuerdas el olor del sudor mezclado con el de la adrenalina, el tacto de su espalda arrugada por tus uñas. Aún sientes cómo se te congela el aliento ante tanto fervor, ante tanta avidez. Sin embargo, todo aquello no viene acompañado por esa satisfacción que llenaba el hueco del deseo, si no por una náusea y un desasosiego irrefrenables, inconsolables. Te gustaría que todo siguiera como hace dos años, cuando descubriste de qué pasta estaba hecho el mundo.

Aún recuerdas la tarde en que tu amiga, la pequeña Millie, y tú fuisteis ansiosas al estreno de aquella película. Llevabais medio año viendo tráileres, fotografías promocionales y leyendo en foros sobre la nueva película de ese superhéroe en mallas. Cuando os enterasteis de qué actor iba a interpretar el papel protagonista (ese tan guapo y joven, que salía en todas las revistas de moda) y visteis las primeras fotos enfundado en el traje apretado, insinuando los músculos, con esa expresión canalla, pero a la vez ingenua, suspirasteis tanto que pensabais que os ibais a morir. Desde entonces, lo deseaste por las noches, soñabas con él, te quitaba el apetito y decoraba tus cuadernos. Tus padres se desesperaban viéndote siempre ausente, con la mirada encendida y perdida en un punto oculto. Te gritaban al principio. Después, tras varias conversaciones con los padres de Millie y de otras compañeras de tu edad, la tranquilidad volvió y te dejaron en paz. Al fin y al cabo, no eráis más que unas niñas de 14 años.

La primera vez que te masturbaste no sabías lo que hacías. Después de cenar, cuando las gaviotas gritaban al sol para que no desapareciese por la línea del mar, te tumbaste en la cama, con aquella foto enorme en alta calidad del actor clavada con chinchetas al techo, con su llamativo traje, en una pose imposible que tensaba todos sus músculos, mientras atravesaba los rascacielos de Estados Unidos. Te fijaste en sus pectorales, en sus abdominales, en cómo se insinuaba el paquete, en aquella protuberancia igual a la de los otro chicos del pueblo, donde tus ojos se dirigían inconscientemente en las clases de natación, y que intentabas disimular cuando el monitor gritaba tu nombre. Ahora estabas sola, podías mirarlo todo lo que quisieras, imaginarlo muy cerca de ti, inundándote. Podías haber recurrido a internet, pero todo el porno que los chicos te habían enseñado te parecía soez y feo. Además, ellos lo hacían para burlarse de ti. Así que usaste tu imaginación, le bajaste los calzones, luego las mallas y sentiste la protuberancia desatarse salvaje, sin límites. Frotaste su rubia cabellera, sentiste sus brazos apretarte, su humedad encharcándote. Necesitaste que algo te llenase dentro, un ahogo de que algo estuviese en tu interior. Con la mano, te aliviaste aquella noche con la mirada del superhéroe pegada a tu piel.

Desde entonces, veías al actor en todos los sitios por donde andabas. La gris y monótona Folkestone desapareció ante tanta efervescencia. Veías su figura en todos los chicos del instituto. Su mirada honrada en los chicos más feos; su cuerpo, en los chicos más deportistas; su ingenio, en los más inteligentes y atrevidos. De aquí y de allí, construiste un superhéroe más real, más pegado a tu existencia, con las partes que más te gustaban de los chicos de tu clase. El resto, no merecía la pena. Buscabas momentos a solas para pensar en ese hombre que erigiste, y si la soledad era completa te aliviabas como aquella primera febril noche. En la intimidad de la iglesia, cuando nadie podía escucharte, por mucho que intentaran convencerte de lo contrario en catequesis, que Jesús podía verte como un libro abierto, volvías a él, tu hombre, y Folkestone desaparecía de nuevo.

Tenías celos de Millie, de que tu inasible hombre también le perteneciera. Las dos, en tu cuarto, mirabais las nuevas fotos del rodaje, e intentabas emocionarte y gritar más que ella. Todo cambió cuando visteis aquellas entrevista en que el actor salía como un chico normal, sin su disfraz de colores, un día antes de que cumplieras los 15. Era aún más guapo al natural, con su sonrisa sincera, aquella iluminación y maquillaje barato, la camiseta ceñida del H&M, su mirada inquisidora, sus gestos juveniles. Fue Millie la que empezó a tocarse. Tú la miraste sobresaltada, ruborizada al ver en ella tus gestos, tu debilidad. Te veías en ella, mientras se bajaba los jeans, mientras torpemente se sacudía las bragas y sus dedos se deslizaban entre sus muslos. Atraída, te lanzaste hacia ella, buscando sus pequeños pechos, todas las zonas que te gustaba tocarte cuando lo imaginabas dentro de ti, sus labios y su lengua, frotándoos violentamente, vuestras melenas fundiéndose, los brackers entrechocando, los DVD Disney cayendo de la estantería a vuestro alrededor.


Al día siguiente se estrenaba la película. Entrasteis nerviosas, de la mano, a la pequeña sala a oscuras. La visteis con emoción contenida, hasta el clímax, donde vuestro hombre está a punto de morir, de ser vencido por el villano. Llorasteis juntas, pero gritasteis silenciosamente cuando lo visteis hacer su final entrada triunfal, rescatando a la chica, que no era más que vosotras proyectada. Él os rescató y al final os dio ese beso con violines. Después, en casa, Millie y tú lo volvisteis a hacer esta vez más placenteramente, con conocimiento, sabiendo percutir todos los botones, sin sospechar que era la última vez que estaríais juntas.

No volvisteis a hablaros. Fue decisión de Millie. Sin consultártelo, te dejó sola, hizo nuevas amigas y ni te miraba. Le quitaron la ortodoncia y vestía de forma distinta. Se volvió más guapa, creció y se estilizó. Hablaba y se movía diferente. Apenas la reconocías. Te dolió demasiado. Tuviste que aprender a sobrevivir sola en el instituto. Tus gustos se agriaron y tu carácter cambió. Eras más reservada. Dejaste que las mechas rubias desaparecieran y que volviera a surgir tu castaño natural. Comenzaste a escuchar los vinilos de Janis Joplin que tu madre escondía en aquella caja del desván. Allí, junto a los libros de texto desfasados y los mapas de Europa aún con el Imperio Austrohúngaro, encontraste las fotos antiguas de James Dean y de Marlon Brandon. Te parecieron atractivos pero de forma totalmente distinta a aquel superhéroe, auténticos con su blanco y negro, y te reíste de lo estúpida que fuiste al enamorarte de una imagen que no existía más que en tu interior. Aún así, seguías prefiriendo a James Franco. Encontraste la vieja chaqueta del ejército de tu padre y en el claroscuro del altillo vislumbraste su encanto. Ahora la llevarías a todas partes. Millie no era la única: tú también habías cambiado.

Por sistema, discutías con tus padres. Abandonaste la iglesia y empezaste a frecuentar los pubs oscuros del centro. Ibas mucho a la Church, tú sola, sin importarte que los viejos te mirasen. Allí conociste a Tommy, dos años mayor que tú, pelo rubio, alto y delgado. Le gustaba tu estilo y tu sonrisa. Te invitaba a pintas. Ahora sí que enterraste a aquel payaso con elásticos. Tommy era un hombre de verdad, y podía llenar lo que apenas llenaban tus manos o las manos de Millie por aquel entonces. A los 16, la soledad no es buena.

Nadie trata de juzgarte, pero te ataste demasiado a Tommy. Te dejó embarazada y te abandonó cuando apenas llevabais seis meses saliendo. Aún no sabes cómo sacaste valor para decírselo a tus padres, los escrúpulos para escucharles y mirarles a la cara, mientras te hablaban de unos valores en los que ya no podías creer. El valor para mentirles y seguirles la corriente. “De acuerdo, lo tendré”, les decías sin pestañear. Estabas tan asustada que no eras consciente cuando robaste todas aquellas libras del cajón de la cómoda de tu padre. El miedo era tu dueño cuando quedaste con “Bargains”, un tipo estafador al que conocías del grupo de repetidores de clase. No sentiste nada cuando le diste el fajo de dinero, cuando te condujeron hasta la pequeña embarcación, cuando te tumbaron en la fría camilla mientras el mar te movía las entrañas. Sentiste, eso sí, un terror absurdo cuando viste al médico que te iba a practicar el aborto, con la cara tapada con la mascarilla, estirándose los guantes con aquel horrible crujir de plástico. Menos mal que la anestesia te llevó lejos de allí.

“Julie, Julie”, te despertó la voz de tu padre en el Centro de Salud de Folkestone. Estabas muy débil y apenas sentías nada de la nariz hacia abajo. Cuando te recuperaste, se había llevado tu vida. Tus padres decidían ahora todo por ti. En silencio, eso sí. Nadie se atrevía a hablar de lo sucedido. Ni siquiera sabes cómo sobreviviste al aborto. Seguías con tus estudios, pero ya no te gustaba nada. Todo te parecía muy lejano, peligroso, algo de lo que mantenerse alejado. Ibas a la iglesia por tus padres, y poco a poco el recogimiento de la capilla te hizo sentir un poco más viva, y el dolor volvió. Tus padres eran católicos, y no se llevaban muy bien con los protestantes, aunque tú recordabas que te caían mejor.

Todos los hombres se había ido de tu vida: Tommy, aquel payaso con disfraz, los hombres de las fotos de la buhardilla, James Franco… Todos. Ahora resplandecía uno nuevo, que había estado siempre ahí, clavado en una cruz, sufriendo por ti. Y su voz, desgarradora pero real como un puño, hipérbole de lo que habías pasado en menos de un año. Una voz que latía con su eco en las paredes de tus sienes. Te martirizaba en un remordimiento puro. La creías, la seguiste, porque notabas que te hacía fuerte. Te apiadaste de ese hombre y, lo que más te recompuso y gratificó, de ti misma. Volvió, pues, el egoísmo, revestido de una adoración ciega por Cristo. Te creíste una asesina, Julie. Todos te decían que habías matado a un bebé, que eras una pecadora. Te sentiste viva una vez más ayudando en la parroquia, al buen padre John, con todo el trabajo que tenía encima. Te redimiste. Todo Folkestone vio tu reconversión pero se callaron sus objeciones, pues veían un proceso puro y decente. Pero de nuevo, no dejabas de huir, con todos aquellos rezos y plegarias al cielo. Comenzaste a sentir el orgullo adolescente perdido cuando oías los halagos de tus padres, cuando veías la satisfacción del padre John, a pesar de que a veces se sobrepasara con su acercamiento y su contacto físico.

Sí, lo de aquella tarde no estuvo bien. No estuvo bien que un hombre de su edad condujera la mano de una menor de edad a su entrepierna.

Miraste para otro lado, a pesar del asco que sentías. Habías enterrado todo ese deseo carnal, todo ese fuego que sentiste en la sala de cine cuando el superhéroe golpeaba al villano y salvaba la humanidad. Olvidaste el sabor de Tommy, pues se había comportado como un cerdo. Le culpabas a él de todo. A él y a la MTV. Por eso, decidiste apuntarte como voluntaria para la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid. Poner millas de por medio. Te irás una semana a Madrid y vivirás unos días históricos. O al menos eso decía el folleto que recogiste en la parroquia. Tus padres te pagarán encantados el viaje. Vas a salir de Folkestone. Vas a viajr en avión. Vas a ver Londres. Vas a ver al Papa. Pero todo eso ya te da igual. Tienes 17 años y quieres alejarte de todo. Del fuego del sexo; del fuego de la religión. Te buscas a ti misma. No quieres otra cosa.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Cavilaciones milfianas. Segunda entrega

(viene de la primera entrega) Continuando con la descripción física de estas mujeres, las MILF, que sientan las bases de su existencia allá por el sempiterno Imperio Austrohúngaro, es necesario destacar las diferentes vestimentas que, ligadas al momento en que cada una de ellas es lucida, determinan el deseo, insaciable por otro lado, de estas MILF por llamar la atención de todo aquel joven que, absorto en sus técnicas de seducción, llegue a menospreciar el ente vaginal puro que pueda ofrecerle una joven de su edad y tienda a buscar las opciones de profanar (como ya han hecho muchos otros) un cuerpo que, incluso, dio cabida a un ser en su interior.
Para seguir un orden sencillo, comenzaremos por la parte superior de la vestimenta de estas dulcineas de otra década que, cual fósil conservado en ámbar, aún conservan una belleza intacta que seduce a todo aquel que la observa y que añora con manipularla.




El tejido que tapa la parte superior de estas mujeres, muestrario siempre de un relieve turgente, puede ir desde el escote pronunciado hasta el "top" que les permite hacer ejercicio. He ahí otra de las claves de su "bien-estar" físico, ya que es muy común que en los gimnasios y demás lugares de "depuración" física, haya MILF´s a raudales. A pesar de las múltiples lecturas que este tipo de ropa ceñida pueda dejar, debemos tener claro la función que tiene (única función, por otro lado): dirigir nuestra mirada hacia esos dos puntos, prosiguiendo así con una labora de análisis/admiración que ya habremos comenzado con el rostro maquillado y las amplias gafas de sol tras la que SIEMPRE imaginamos una mirada salvaje, y que continuaremos por el tren inferior del cuerpo, que será tratado en la próxima entrega...

La Nebulosa VI: 1 - Gravedad Prohibida.





Más que a sus hijos, los amigos, los paseos por el barrio, más aún que a su difunta mujer. Si había algo que de verdad echaba de menos el comandante Ronson allí, entre miles de estrellas, flotando a la deriva, era el contacto femenino. Y no ya en forma de cariño, cercanía o amistad, lo que de verdad echaba de menos era el sexo, puro y duro. Entregarse, animalizarse, el sudor compartido, el aliento desbocado, los latidos acompasados. El éxtasis mutuo.

Hacía más de seis meses que su expedición había partido para explorar la misteriosa Nebulosa VI, hasta entonces desconocida por el hombre. Era un viaje rutinario, sin más emoción que la de escanear el terreno y trazar mapas y rutas que, en un futuro, pudiesen servir a los navegantes que llegasen hasta ella. Al ser terreno desconocido siempre había sido temido por la Alianza, pero resultó ser el lugar más apacible de la galaxia: ni un solo agujero negro, ni un solo asteroide fuera de su ruta, ni un solo vórtice inexplicable. Los días pasaban lentos y la desesperación del comandante era cada vez mayor. Con una tripulación de apenas diez pasajeros aquella inmensa nave se había convertido en el lugar más desolador. Excepto por un detalle: la teniente Dre.

Dre era una joven teniente que acababa de terminar su instrucción en la Escuela Militar de la Alianza. Había destacado como una de las más brillantes alumnas y había superado a todos sus compañeros y compañeras en todos los aspectos de su formación. Y además era preciosa. Su largo cabello rojizo casi se fundía con los colores rojo y gris del uniforme de a bordo de la Alianza, sus ojos verdes parecían dos gemas brillantes y sus carnosos labios parecían esculpidos para el pecado. Y su cuerpo. Un cuerpo de proporciones perfectas, casi dibujadas, generoso en curvas, proporcionado y atlético. El comandante estaba loco por ella, tanto que había dado claras instrucciones de que fuese alojada a varios módulos de él y no se le permitiese el paso a su ala de la nave sin un permiso especial. No podía permitirse un escándalo con un miembro tan joven de la tripulación y menos aún en una misión oficial de la Alianza, por mucho que lo desease. Y lo deseaba con toda su alma.

Por algún motivo, Dre había conseguido el permiso, o había burlado la seguridad. Sea como fuere, de pronto estaba allí, plantada frente a la puerta de cristal del módulo del comandante. Le miraba fijamente. El ceñido uniforme de nylon no dejaba nada a la imaginación, el comandante prácticamente podía verla a través de él, advertir las curvas de sus caderas, sus prietos muslos, sus erectos pezones. La respiración de la teniente estaba acelerada. Miraba al comandante con una especie de jadeo acompasado y agotador. El comandante la mirada fijamente, intentando aparentar frialdad y fortaleza ante la situación, pero su traje tampoco pudo esconder la enorme erección que tal presencia había provocado. Como guiado por un impulso muscular, el comandante pulsó el botón rojo junto a la puerta y esta se abrió suavemente. La teniente cruzó el umbral. Ahora sus jadeos y su respiración eran audibles. Estaba sudando, se relamía. Advirtió el bulto en el traje del comandante y se acercó hacia él.

-Teniente, voy a tener que pedirle que vuelva a su puesto, no son horas de andar merodeando por la estación.

-Cállese.

Tal insolencia dejó descolocado al comandante. Jamás nadie le había hablado así. No se atrevió a reaccionar, no sabía qué hacer. Fue ese el momento que la teniente Dre aprovechó para acercarse a la consola de mando del módulo del comandante. De entre todos los botones que la componían, la teniente pulsó rápidamente uno de ellos, un pequeño botón verde situado a la izquierda del todo. El módulo entró en gravedad cero. Ambos pasajeros comenzaron a flotar sin control. El efecto de la gravedad cero acabó con las sinuosas formas de los trajes de nylon de ambos, que ahora parecían holgados pijamas llenos de aire. Esta ilusión duró hasta que Dre, con un diestro movimiento, desabrochó la parte de atrás de su traje y tiró de él con fuerza. Este se quedo como pegado en el techo. Dre estaba completamente desnuda. Sus formas al descubierto, su lago cabello alborotado por el efecto de la gravedad, sus generosos pechos alzados, sus largas piernas con todos los músculos contraídos para evitar flotar descontroladamente. Su joven y rasurado pubis, seguido hacia arriba de su firme vientre, también en tensión.

Con un certero movimiento, la teniente se asió a una barandilla del techo y tomo impulso hacia el comandante. Cuando llegó a él, con otro movimiento rápido y casi inapreciable, desabrochó también su traje, quedando expuesta la gran erección que todavía duraba. El traje del comandante salió despedido hacia arriba. No había nada que hacer, de nada servía ya resistirse, ya habría tiempo más tarde para arrepentirse o dar explicaciones de todo aquello, que por otro lado no tenía por qué salir de allí.

Dre se acerco suavemente al comandante hasta que sus cuerpos desnudos se tocaron. Sus pechos quedaron apoyados en el torso desnudo y musculado del comandante, que se asió a las caderas de la joven teniente, acercando aún más sus figuras. Sus cuerpos se acoplaron en un segundo. Un fuerte gemido de la teniente hizo las veces de pistoletazo de salida. Dre y Ronson, teniente y comandante, flotaban por la estancia con un movimiento acompasado de sus caderas, mirándose fijamente a los ojos, gimiendo y sudando a la vez, acompasando sus respiraciones, entregándose a un placer brutal, sin raciocinio, austrohúngaro.

Lo que ambos no sabían es que los sistemas de comunicación de la nave estaban activados.

CONTINUARÁ…

jueves, 4 de agosto de 2011

LOS SUEÑOS LÚCIDOS DE SAFO (V)

Último viaje astral

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ella, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

ÍTACA

KAVAFIS

El deterioro no es único en la isla. Además de que los cadáveres de sus discípulas se encuentran apilados unos encima de otros, haciendo brotar una fuente de sangre, de que el suelo está agrietado y dividido en enormes segmentos de tierra, su cuerpo está consumido. Su piel comienza a colgar y sus huesos se hacen más evidentes. Sus pechos son ahora dos bolsas arrugadas que soportan el peso de dos botones negros. Sus muslos han perdido la turgencia que otrora tenían. Nota su rostro más atravesado por las arrugas. Está muy cansada. A su extenuación se suma el horror de ver a sus amantes congeladas en la terrible mueca de la muerte. Los árboles derribados dejan filtrarse un sol cruel que ya no la dora. La quema, le fustiga los huesos, le recuerda que sigue viva ante tanta desolación.

Se siente más cerca de la muerte. Envidia a las que allí yacen. De las grietas que ahora se han intensificado, las emanaciones de la tierra, las que le provocaron las primeras visiones, salen ahora con más presión y densidad. El mar ruge a su espalda, y la brisa salada se pega en su melena y en sus párpados. El viento se huracana con violencia, pero solo parece afectar a Safo. Sus vestiduras azotan con nervio. Sus miembros se ven suspendidos del suelo. Se eleva de nuevo y reconoce la sensación. De nuevo, se la traslada a otro sueño, y por cómo se encuentra, es posible que sea el último. Se la están llevando de la isla.

Con la fuerte corriente, llega un muro de niebla negra impenetrable. De él, Safo ve emerger tres gigantes enormes, los ojos y la boca brillantes por un fuego hipnótico. Caminan lenta pero decididamente, calculando la distancia y potencial de sus pasos, sintiendo soberbia de la potencia que transmiten. Abren la boca en un ángulo imposible: sus cráneos se repliegan hasta que solo puede verse luz emanando de su interior. El aliento de fuego cae sobre Lesbos, convirtiéndola en cenizas, y el mar en dura roca.

Cuando el humo toma por sorpresa a Safo, los gigantes vuelven a replegar sus cráneos a una forma humanoide (mandíbulas, ojos saltones, cráneos puntiagudos) y la miran fijamente. El que encabeza la marcha la apunta con un dedo esquelético y habla sin mover la boca.

Te maldigo, Safo de Lesbos, a vivir lejos de la humanidad. Te condeno a arrastrarte por las corrientes de arcoíris que conectan os universos. Te encierro en la cúpula celeste de la que es imposible volver”

“Te convertirás en una divinidad. Tu carne y hueso se licuarán en la luz incandescente y solo serás una forma etérea. Tu alma será arrancada del cuerpo, pues has ocasionado daños irreparables. Nunca volverás a ser humana. Nunca escribirás versos. Nunca podrás amar. Serás poesía en estado puro. Serás amor sin destilar.”

“Te condeno a la fría eternidad de los dioses. Vagarás eternamente, adicta a la liquidez de las almas.”

El gigante calló y bajó el brazo acusador. Al hacerlo, desató un terrible viento que lanzó a Safo fuera de la isla, fuera del planeta, fuera de la galaxia, más allá de la luz de los astros. Con sus dedos, rozó la oscuridad que hay más allá de la nada. De nuevo, sin descanso, fue traída a la Tierra, atravesando galaxias y cuerpos celestes, que no eran más que manchas lumínicas para Safo.

Mecida en un banco de nubes blancas, observa Europa, adonde la están navegando. Desconoce el tiempo en que está. Ve que todo el continente está cubierto por un manto de nieve muy grueso, y que el aire se ha vuelto gélido incluso en el sur, en el Mediterráneo. Gran parte de la porción de tierra ha sido comido por un oceáno o por otro, congelado por la atmósfera. Las nubes en las que está descansando Safo impiden que los rayos del sol lleguen a bañar las tierras europeas.

Su alma comienza a pesar más, a tomar materialidad, y las nubes no pueden soportarla. Cae y levita, buscando seres e historias. A lo lejos, del tamaño de una hormiga, ve un grupo de mujeres que se mueven a toda velocidad por una llanura nívea. Se mueven en motos de nieve, y el olor a gasolina viste con atuendo apropiado el céfiro azul de hielo. De entre toda esa comitiva, Safo es atraída por una mujer madura, de pelo rojo y tez blanca, ataviada de un enorme abrigo gris de piel de oso. Vuelve a sentir la sensación orgásmica al introducirse en un cuerpo enjuto, aún dador y receptor de placer. Sus miembros están curtidos por el frío de la estepa y su mente endurecida por la historia que guarda su despierto cerebro. Su nombre, Angélica.

Safo es consciente del pasado y del presente de Angélica al enguantar sus extremidades. Toda Europa está dividida en pequeños feudos gobernados por las mujeres. Los hombres son esclavizados y se les corta la lengua. Ayudan en la cocina y en la limpieza, en el lecho y en la siembra. Solo gobiernan las destiladoras de petróleo. El Manifiesto del Feminismo de Virginia Wolf es venerado en todos estos feudos. Concretamente, el feudo de Angélica se encuentra bajo tierra, en los túneles de metro de una antigua ciudad. Ahora están buscando una joven virgen en una de las aldeas que se encuentran por la llanura. Safo no logra desentrañar de la mente de Angélica para qué quiere a esa muchacha, pero supone que quiere a alguien nuevo en su séquito.

Su motocicleta de nieve es la más grande, y es conducida por una joven ataviada con armadura de cuero tachonado. Su rostro está tapado por una bufanda. A su alrededor, otras motos más pequeña circulan muy cerca, ataviadas con la misma armadura y con capas de verde apagado. Todas llevan arco y flechas, y son hermosas y fuertes. La más adelantada da una voz. Se divisa a lo lejos una aldea.



La pobreza inunda aquellas casas de madera negra. Los techos no soportan el peso perpetuo de la nieve, y sufren goteras. Los calderos anegan los suelos de aquella aldea. Un séquito las espera, pues conocían su llegada. Las más ancianas rodean a una joven que ha sido ataviada con las mejores ropas del lugar. Su rostro es impenetrable, no tiene expresión alguna. Quizá de dureza. Pero es muy hermosa, una nínfula pubescente en un paisaje de blanco neutro. Angélica asiente al verla. Servirá. La montan en su moto y emprenden la marcha en el polvo de escarcha, sin mirar atrás, a una madre y a unas tías abatidas, que aguantan el dolor de la pérdida con aplomo.

Llegan a la ciudad. Edificios altos que pierden su cumbre en la niebla blanquecina del invierno. Muchos de ellos arrasados, en ruinas, aún conservan el esqueleto metálico de su estructura. Decididas, las mujeres se introducen en la rampa de hielo que cubre las escaleras del metro. En el cartel se puede leer el nombre de la parada de metro abandonada: “østrig-ungarske kejserrige” (Imperio Austrohúngaro). En el hall principal, coronado por un cúpula que deja entrar la mortecina luz blanca del sol reflejado en la nieve, la sala del trono de Angélica, un sillón de cuero roído. En la noche, encienden antorchas y bidones con la gasolina que sobra. Esta sería una gran noche. Los hombres habían preparado un gran festín.



Tras la cena, vituallas principalmente de caza, se representa una obra histórica. Todas las obras caban igual: con todas las actrices desnudas y dando pie a la orgía. Las mujeres se desnudan y se juntan, sin discriminar edad. Se besan y se lamen, se tocan aquí y allí. Se rozan, pubis con pubis. Hacen cadenas de placer, y un mar de piernas y espaldas sudorosas iluminadas por la luz naranja del gasoil tapiza aquella noche la sala del trono. No hay mujer que no sienta placer aquella noche. Los hombres, tras haber limpiado en silencio los platos y demás utensilios de concina, se dirigen a la sala del trono y se colocan desnudos tras un muro de madera mientras las mujeres se dan placer unas a otras, ignorándoles. Dicho muro, tiene habilitados unos agujeros a la altura de la pelvis por los que los hombres introducen sus penes erectos y sus testículos. Entonces, las mujeres van a darse placer con aquellos miembros anónimos. Los cubren de aceite para que sean más placenteros, y los usan sin ningún pudor y cuidado, como si se tratasen de juguetes. Nno se dan cuenta de que pertenecen a una persona viva que siente dolor y placer. Los hombres intentan no lamentarse o abandonarse al orgasmo, eyaculando en silencio. Pero al final siempre alguno acaba gritando, bien por un mordisco travieso o por una vagina demasiado musculosa. Los alaridos orgásmicos de los hombres son recibidos con chanzas y burlas por las mujeres.




Al final, extasidas, acaban durmiéndose. Los hombres se separan del muro y tapan con grandes pieles a las mujeres desnudas, sudadas, para que no cojan frío. Después, se retiran a dormir, bajo la atenta mirada de Angélica, que se ha mantenido al margen de la orgía, junto a la nueva cortesana, como lo ordena la tradición. La cortesana debe mantenerse virgen, hasta el día indicado, así que la señora del feudo debe acompañarla. Aún no logra comprender cuál es el cometido de la muchacha. A pesar del mal trato a los hombres, aquello no está tan mal. Le recuerda a Lesbos. Mira a la muchacha sentada a su lado. Está dando cabezadas. Sonríe al imaginar lo que le depara la adultez a su escuálido cuerpo. Es cintura se ensanchará en una elipsis perfecta, y su piel se tersará. Se convertirá en una gran dama, propia para un gran feudo como aquel. Decide dormir ella también.

La mañana le trae la verdad. Su guardia está preparando a la joven con las mismas ropas que el día anterior, que se encuentra con una expresión de desconcierto total. No deja de preguntar a dónde la llevan ahora. Ella pensaba que iba a servir a Angélica. Las mujeres guerreras aún tienen en su rostro el sopor de las pocas horas de sueño, por lo que la ordenan callar de forma ruda. Montan sin contemplacioes a la chica en su moto y la ayudan a ella a subirse. Cuando se sienta al lado de la niña, Safo ve claramente qué van a hacer con ella. La van a ofrecer en tributo a los hombres que gobiernan las destilerías de petróleo. El reino de los Varones, sodomitas que han expulsado o ejecutado a todas las mujeres, son los dueños de las reservas de petróleo del planeta. Para mantener la paz y a cambio de una cantidad mensual de petróleo, los reinos de las Damas les tributan adolescentes vírgenes que mantienen como ganado. Las preñan, desechan a las niñas que nacen y se quedan con los hijos varones. A esta chica le espera una vida horrible.

Su séquito se dirige a la frontera del feudo, a la cita con los Varones. Los hombres, musculosos, barbudos, greñudos, las están esperando, descansando tranquilamente en sus motos de nieve. Cuando llegan, las mujeres son ignoradas. Solo su líder se dirige a Angélica. Sin decir nada, el hombre toma a la niña, asustada, sin saber muy bien lo que está pasando, y se la lleva a su moto, bajando lentamente su mano hasta una de sus inocentes nalgas.

Safo mueve el cuerpo de Angélica para coger una de las ballestas de su guardia. Apunta a los hombres y mata a su líder y a otros muchos. Los hombres disparan sus arcos y se sucede una carnicería en muy poco tiempo, en una distancia tan corta. Una de las saetas atraviesa el cuerpo de Angélica. El espíritu de Safo abandona el cadáver de la mujer y levita, observando la escaramuza. Los hombres luchan a cuerpo con las mujeres. La niña está aterrorizada ante el espectáculo. Safo se dirige a ella y se introduce en su cuerpo. Ahora, controlando sus piernas con la fuerza que tiene, corre a través de la llanura, oyendo los golpes y gritos de batalla cada vez más lejanos. De repente, nota que algo le ha alcanzado en la espalda. El dolor le paraliza las rodillas y cae en la congelada nieve. No consigue gritar, pero el dolor la atraviesa. Advierte que la respiración le falla y todo se nubla a su alrededor.

Su espíritu es expulsado del cuerpo muerto de la niña. La rabia toma de sorpresa a Safo. Los condena a todos. Nota que se hincha de una energía blanca. Ahora es más consciente de todo. De la lucha de sexos, del inevitable abismo entre hombre y mujer. Sabe que toda su vida ha intentado cubrir esa diferencia, pero es imposible. Ella entrena a las jóvenes casaderas para las artes amatorias, pero no hace más que prepararlas para la esclavitud, para la vida en sacrificio, para el sexo sin placer, para la procreación. Sus sueños son producto de esa ansia liberadora de la mujer. Lesbos le ha servido de refugio toda la vida, para su poesía, que no es más que la reivindicación platónica de la mujer. Ninguno de sus viajes astrales ha servido para acercar más a hombre y a mujer. No ha provocado más que daño a esta tierra.

Su cuerpo etéreo estalla de energía vital y una luz amarilla derrite la nieve y todo ese océano de hielo que se ha apoderado de la irreal Europa. La Tierra gira a la velocidad de la peonza, y los astros juegan en una rayuela premeditada, donde el azar está escrito en las hojas de un sauce. La energía desatada se estrecha, tejiéndose en pequeños hilos lumínicos. Viaja de nuevo por todos sus sueños, y se van ordenando. Su presencia es borrada de todos los sitios en los que estuvo. Sacrifica parte de su cuerpo etéreo en recomponer las cosas. Siente en sus músculos como se mueve el planeta. Sus hilos se rompen y caen en miles de esquirlas incandescentes.

Antes de desvanecerse, vuelve una última vez a Lesbos. La isla está intacta, como antes de empezar sus viajes. Pero es ella la que ha cambiado. Las discípulas rodean su cuerpo sin vida. Ella lo observa. Todo quedará en una simple muerte. La vieja Safo no aguantó una noche más de sexo.