jueves, 4 de agosto de 2011

LOS SUEÑOS LÚCIDOS DE SAFO (V)

Último viaje astral

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ella, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

ÍTACA

KAVAFIS

El deterioro no es único en la isla. Además de que los cadáveres de sus discípulas se encuentran apilados unos encima de otros, haciendo brotar una fuente de sangre, de que el suelo está agrietado y dividido en enormes segmentos de tierra, su cuerpo está consumido. Su piel comienza a colgar y sus huesos se hacen más evidentes. Sus pechos son ahora dos bolsas arrugadas que soportan el peso de dos botones negros. Sus muslos han perdido la turgencia que otrora tenían. Nota su rostro más atravesado por las arrugas. Está muy cansada. A su extenuación se suma el horror de ver a sus amantes congeladas en la terrible mueca de la muerte. Los árboles derribados dejan filtrarse un sol cruel que ya no la dora. La quema, le fustiga los huesos, le recuerda que sigue viva ante tanta desolación.

Se siente más cerca de la muerte. Envidia a las que allí yacen. De las grietas que ahora se han intensificado, las emanaciones de la tierra, las que le provocaron las primeras visiones, salen ahora con más presión y densidad. El mar ruge a su espalda, y la brisa salada se pega en su melena y en sus párpados. El viento se huracana con violencia, pero solo parece afectar a Safo. Sus vestiduras azotan con nervio. Sus miembros se ven suspendidos del suelo. Se eleva de nuevo y reconoce la sensación. De nuevo, se la traslada a otro sueño, y por cómo se encuentra, es posible que sea el último. Se la están llevando de la isla.

Con la fuerte corriente, llega un muro de niebla negra impenetrable. De él, Safo ve emerger tres gigantes enormes, los ojos y la boca brillantes por un fuego hipnótico. Caminan lenta pero decididamente, calculando la distancia y potencial de sus pasos, sintiendo soberbia de la potencia que transmiten. Abren la boca en un ángulo imposible: sus cráneos se repliegan hasta que solo puede verse luz emanando de su interior. El aliento de fuego cae sobre Lesbos, convirtiéndola en cenizas, y el mar en dura roca.

Cuando el humo toma por sorpresa a Safo, los gigantes vuelven a replegar sus cráneos a una forma humanoide (mandíbulas, ojos saltones, cráneos puntiagudos) y la miran fijamente. El que encabeza la marcha la apunta con un dedo esquelético y habla sin mover la boca.

Te maldigo, Safo de Lesbos, a vivir lejos de la humanidad. Te condeno a arrastrarte por las corrientes de arcoíris que conectan os universos. Te encierro en la cúpula celeste de la que es imposible volver”

“Te convertirás en una divinidad. Tu carne y hueso se licuarán en la luz incandescente y solo serás una forma etérea. Tu alma será arrancada del cuerpo, pues has ocasionado daños irreparables. Nunca volverás a ser humana. Nunca escribirás versos. Nunca podrás amar. Serás poesía en estado puro. Serás amor sin destilar.”

“Te condeno a la fría eternidad de los dioses. Vagarás eternamente, adicta a la liquidez de las almas.”

El gigante calló y bajó el brazo acusador. Al hacerlo, desató un terrible viento que lanzó a Safo fuera de la isla, fuera del planeta, fuera de la galaxia, más allá de la luz de los astros. Con sus dedos, rozó la oscuridad que hay más allá de la nada. De nuevo, sin descanso, fue traída a la Tierra, atravesando galaxias y cuerpos celestes, que no eran más que manchas lumínicas para Safo.

Mecida en un banco de nubes blancas, observa Europa, adonde la están navegando. Desconoce el tiempo en que está. Ve que todo el continente está cubierto por un manto de nieve muy grueso, y que el aire se ha vuelto gélido incluso en el sur, en el Mediterráneo. Gran parte de la porción de tierra ha sido comido por un oceáno o por otro, congelado por la atmósfera. Las nubes en las que está descansando Safo impiden que los rayos del sol lleguen a bañar las tierras europeas.

Su alma comienza a pesar más, a tomar materialidad, y las nubes no pueden soportarla. Cae y levita, buscando seres e historias. A lo lejos, del tamaño de una hormiga, ve un grupo de mujeres que se mueven a toda velocidad por una llanura nívea. Se mueven en motos de nieve, y el olor a gasolina viste con atuendo apropiado el céfiro azul de hielo. De entre toda esa comitiva, Safo es atraída por una mujer madura, de pelo rojo y tez blanca, ataviada de un enorme abrigo gris de piel de oso. Vuelve a sentir la sensación orgásmica al introducirse en un cuerpo enjuto, aún dador y receptor de placer. Sus miembros están curtidos por el frío de la estepa y su mente endurecida por la historia que guarda su despierto cerebro. Su nombre, Angélica.

Safo es consciente del pasado y del presente de Angélica al enguantar sus extremidades. Toda Europa está dividida en pequeños feudos gobernados por las mujeres. Los hombres son esclavizados y se les corta la lengua. Ayudan en la cocina y en la limpieza, en el lecho y en la siembra. Solo gobiernan las destiladoras de petróleo. El Manifiesto del Feminismo de Virginia Wolf es venerado en todos estos feudos. Concretamente, el feudo de Angélica se encuentra bajo tierra, en los túneles de metro de una antigua ciudad. Ahora están buscando una joven virgen en una de las aldeas que se encuentran por la llanura. Safo no logra desentrañar de la mente de Angélica para qué quiere a esa muchacha, pero supone que quiere a alguien nuevo en su séquito.

Su motocicleta de nieve es la más grande, y es conducida por una joven ataviada con armadura de cuero tachonado. Su rostro está tapado por una bufanda. A su alrededor, otras motos más pequeña circulan muy cerca, ataviadas con la misma armadura y con capas de verde apagado. Todas llevan arco y flechas, y son hermosas y fuertes. La más adelantada da una voz. Se divisa a lo lejos una aldea.



La pobreza inunda aquellas casas de madera negra. Los techos no soportan el peso perpetuo de la nieve, y sufren goteras. Los calderos anegan los suelos de aquella aldea. Un séquito las espera, pues conocían su llegada. Las más ancianas rodean a una joven que ha sido ataviada con las mejores ropas del lugar. Su rostro es impenetrable, no tiene expresión alguna. Quizá de dureza. Pero es muy hermosa, una nínfula pubescente en un paisaje de blanco neutro. Angélica asiente al verla. Servirá. La montan en su moto y emprenden la marcha en el polvo de escarcha, sin mirar atrás, a una madre y a unas tías abatidas, que aguantan el dolor de la pérdida con aplomo.

Llegan a la ciudad. Edificios altos que pierden su cumbre en la niebla blanquecina del invierno. Muchos de ellos arrasados, en ruinas, aún conservan el esqueleto metálico de su estructura. Decididas, las mujeres se introducen en la rampa de hielo que cubre las escaleras del metro. En el cartel se puede leer el nombre de la parada de metro abandonada: “østrig-ungarske kejserrige” (Imperio Austrohúngaro). En el hall principal, coronado por un cúpula que deja entrar la mortecina luz blanca del sol reflejado en la nieve, la sala del trono de Angélica, un sillón de cuero roído. En la noche, encienden antorchas y bidones con la gasolina que sobra. Esta sería una gran noche. Los hombres habían preparado un gran festín.



Tras la cena, vituallas principalmente de caza, se representa una obra histórica. Todas las obras caban igual: con todas las actrices desnudas y dando pie a la orgía. Las mujeres se desnudan y se juntan, sin discriminar edad. Se besan y se lamen, se tocan aquí y allí. Se rozan, pubis con pubis. Hacen cadenas de placer, y un mar de piernas y espaldas sudorosas iluminadas por la luz naranja del gasoil tapiza aquella noche la sala del trono. No hay mujer que no sienta placer aquella noche. Los hombres, tras haber limpiado en silencio los platos y demás utensilios de concina, se dirigen a la sala del trono y se colocan desnudos tras un muro de madera mientras las mujeres se dan placer unas a otras, ignorándoles. Dicho muro, tiene habilitados unos agujeros a la altura de la pelvis por los que los hombres introducen sus penes erectos y sus testículos. Entonces, las mujeres van a darse placer con aquellos miembros anónimos. Los cubren de aceite para que sean más placenteros, y los usan sin ningún pudor y cuidado, como si se tratasen de juguetes. Nno se dan cuenta de que pertenecen a una persona viva que siente dolor y placer. Los hombres intentan no lamentarse o abandonarse al orgasmo, eyaculando en silencio. Pero al final siempre alguno acaba gritando, bien por un mordisco travieso o por una vagina demasiado musculosa. Los alaridos orgásmicos de los hombres son recibidos con chanzas y burlas por las mujeres.




Al final, extasidas, acaban durmiéndose. Los hombres se separan del muro y tapan con grandes pieles a las mujeres desnudas, sudadas, para que no cojan frío. Después, se retiran a dormir, bajo la atenta mirada de Angélica, que se ha mantenido al margen de la orgía, junto a la nueva cortesana, como lo ordena la tradición. La cortesana debe mantenerse virgen, hasta el día indicado, así que la señora del feudo debe acompañarla. Aún no logra comprender cuál es el cometido de la muchacha. A pesar del mal trato a los hombres, aquello no está tan mal. Le recuerda a Lesbos. Mira a la muchacha sentada a su lado. Está dando cabezadas. Sonríe al imaginar lo que le depara la adultez a su escuálido cuerpo. Es cintura se ensanchará en una elipsis perfecta, y su piel se tersará. Se convertirá en una gran dama, propia para un gran feudo como aquel. Decide dormir ella también.

La mañana le trae la verdad. Su guardia está preparando a la joven con las mismas ropas que el día anterior, que se encuentra con una expresión de desconcierto total. No deja de preguntar a dónde la llevan ahora. Ella pensaba que iba a servir a Angélica. Las mujeres guerreras aún tienen en su rostro el sopor de las pocas horas de sueño, por lo que la ordenan callar de forma ruda. Montan sin contemplacioes a la chica en su moto y la ayudan a ella a subirse. Cuando se sienta al lado de la niña, Safo ve claramente qué van a hacer con ella. La van a ofrecer en tributo a los hombres que gobiernan las destilerías de petróleo. El reino de los Varones, sodomitas que han expulsado o ejecutado a todas las mujeres, son los dueños de las reservas de petróleo del planeta. Para mantener la paz y a cambio de una cantidad mensual de petróleo, los reinos de las Damas les tributan adolescentes vírgenes que mantienen como ganado. Las preñan, desechan a las niñas que nacen y se quedan con los hijos varones. A esta chica le espera una vida horrible.

Su séquito se dirige a la frontera del feudo, a la cita con los Varones. Los hombres, musculosos, barbudos, greñudos, las están esperando, descansando tranquilamente en sus motos de nieve. Cuando llegan, las mujeres son ignoradas. Solo su líder se dirige a Angélica. Sin decir nada, el hombre toma a la niña, asustada, sin saber muy bien lo que está pasando, y se la lleva a su moto, bajando lentamente su mano hasta una de sus inocentes nalgas.

Safo mueve el cuerpo de Angélica para coger una de las ballestas de su guardia. Apunta a los hombres y mata a su líder y a otros muchos. Los hombres disparan sus arcos y se sucede una carnicería en muy poco tiempo, en una distancia tan corta. Una de las saetas atraviesa el cuerpo de Angélica. El espíritu de Safo abandona el cadáver de la mujer y levita, observando la escaramuza. Los hombres luchan a cuerpo con las mujeres. La niña está aterrorizada ante el espectáculo. Safo se dirige a ella y se introduce en su cuerpo. Ahora, controlando sus piernas con la fuerza que tiene, corre a través de la llanura, oyendo los golpes y gritos de batalla cada vez más lejanos. De repente, nota que algo le ha alcanzado en la espalda. El dolor le paraliza las rodillas y cae en la congelada nieve. No consigue gritar, pero el dolor la atraviesa. Advierte que la respiración le falla y todo se nubla a su alrededor.

Su espíritu es expulsado del cuerpo muerto de la niña. La rabia toma de sorpresa a Safo. Los condena a todos. Nota que se hincha de una energía blanca. Ahora es más consciente de todo. De la lucha de sexos, del inevitable abismo entre hombre y mujer. Sabe que toda su vida ha intentado cubrir esa diferencia, pero es imposible. Ella entrena a las jóvenes casaderas para las artes amatorias, pero no hace más que prepararlas para la esclavitud, para la vida en sacrificio, para el sexo sin placer, para la procreación. Sus sueños son producto de esa ansia liberadora de la mujer. Lesbos le ha servido de refugio toda la vida, para su poesía, que no es más que la reivindicación platónica de la mujer. Ninguno de sus viajes astrales ha servido para acercar más a hombre y a mujer. No ha provocado más que daño a esta tierra.

Su cuerpo etéreo estalla de energía vital y una luz amarilla derrite la nieve y todo ese océano de hielo que se ha apoderado de la irreal Europa. La Tierra gira a la velocidad de la peonza, y los astros juegan en una rayuela premeditada, donde el azar está escrito en las hojas de un sauce. La energía desatada se estrecha, tejiéndose en pequeños hilos lumínicos. Viaja de nuevo por todos sus sueños, y se van ordenando. Su presencia es borrada de todos los sitios en los que estuvo. Sacrifica parte de su cuerpo etéreo en recomponer las cosas. Siente en sus músculos como se mueve el planeta. Sus hilos se rompen y caen en miles de esquirlas incandescentes.

Antes de desvanecerse, vuelve una última vez a Lesbos. La isla está intacta, como antes de empezar sus viajes. Pero es ella la que ha cambiado. Las discípulas rodean su cuerpo sin vida. Ella lo observa. Todo quedará en una simple muerte. La vieja Safo no aguantó una noche más de sexo.

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